domingo, 31 de enero de 2016

La realidad con la que convivimos es una simulación de nuestro cerebro

“La realidad con la que convivimos es una simulación de nuestro cerebro”

Dos neurocientíficos y un experto en inteligencia artificial hablan sobre los engaños del cerebro, las emociones y la toma de decisiones y la creación de máquinas inteligentes

DANIEL MEDIAVILLA

31 ENE 2016 - 04:04 CST

Facundo Manes, Susana Martínez-Conde y Raúl RojasCARLOS ROSILLO

Susana Martínez-Conde, directora dellaboratorio de Neurociencia Visual del Instituto Barrow (Phoenix, EEUU), muestra el que quizá sea el único vídeo donde es posible ver feo a Brad Pitt. El actor estadounidense aparece con el mismo rostro de siempre, junto a otros compañeros de profesión, pero un pequeño detalle lo trastoca todo. Una simple cruz en el centro de la imagen, en la que el observador ha de fijarse mientras se suceden las caras, cambia el punto de vista y las expectativas del que mira que pasa a comparar unos rostros con otros convirtiendo en extremas las diferencias entre sus rasgos.

La investigadora española utilizó este y otros ejemplos durante una presentación en la Casa de América de Madrid para mostrar que aunque “existe una realidad ahí fuera, nosotros no interactuamos con ella”. La única realidad con la que convivimos de verdad es una simulación creada por nuestro cerebro que a veces coincide con lo real y a veces no”, añade. En el mismo encuentro en torno a lo que se sabe sobre el cerebro, compartió su conocimiento con otros dos investigadores iberoamericanos: Facundo Manes, neurocientífico y rector de la Universidad Favaloro de Buenos Aires, y Raúl Rojas, experto en inteligencia artificial de la Universidad Libre de Berlín. Los tres trabajan para entender cómo nos acerca a la realidad ilimitada nuestro cerebro limitado y, en el caso de Rojas, qué posibilidades tenemos de inventar inteligencias mecánicas que nos echen una mano con la vida.

Lo más alto de la inteligencia es la mentira, porque para mentir he de tener un modelo mental del otro

“Muchas veces pensamos en la visión como una experiencia pasiva, pero siempre es dinámica y activa”, continúa Martínez-Conde, que investiga las bases neuronales de nuestra experiencia subjetiva. “El cerebro siempre está buscando información y con los pocos aspectos que percibe después completa la información”, continúa.

Manes recuerda también otra particularidad de nuestra manera de acercarnos al mundo. Aunque nos gusta pensar que somos seres racionales, las decisiones nunca se toman después de un análisis frío de los datos. “Durante mucho tiempo se consideró que para tomar una decisión racional debíamos dejar las emociones de lado. Hoy sabemos que las emociones y la razón trabajan en tándem en la toma de decisiones”, señala el científico argentino.

Esas emociones tienen una base biológica generada por millones de años de evolución. Los ancestros humanos, en su lucha por la supervivencia, se acostumbraron a clasificar el mundo entre nosotros y ellos, asignando emociones contrapuestas a cada uno de los grupos. “Nosotros en Chile hicimos un experimento con chilenos mapuches y no mapuches, poniéndoles electrodos y mostrándoles fotos de ambos grupos sociales”, cuenta Manes. “En cuestión de milisegundos el cerebro se da cuenta de si la foto pertenece a su etnia o no y si pertenece lo asocia con algo positivo y si no con algo negativo”, afirma. “Por este motivo va a ser difícil solucionar el tema palestino y judío desde una oficina en Washington, porque biológicamente en el cerebro ya tenemos prejuicios contra el que es diferente a nosotros y justamente la clave de la armonía es buscar puentes con el que piensa distinto”, señala. “Entendiendo el mecanismo de la empatía no solo vamos a poder ayudar a pacientes con problemas de déficit de interacción social, como la esquizofrenia o el autismo. También entenderemos fenómenos sociales como conflictos que escapan a la lógica y tienen más que ver con impregnaciones biológicas de la historia personal que pasa de generación en generación”, concluye.

Biologicamente en el cerebro tenemos prejuicios contra el que es distinto de nosotros

Raúl Rojas considera que la neurociencia puede ser una inspiración para la inteligencia artificial, aunque cree que su función no consiste en recrear cerebros humanos. “En inteligencia artificial, entre los 50 y los 90 el esfuerzo se dirigió a resolver problemas combinatorios aplicando reglas una detrás de otra”, apunta. “El ejemplo típico es el ajedrez. Los humanos juegan reconociendo patrones, conociendo la situación del juego y haciendo después los movimientos, pero una persona no está calculando millones de movimientos en su cabeza”, explica. “La computadora calcula esas alternativas de movimientos propios y contrarios y como es muy buena haciéndolo las máquinas ya ganan a los humanos al ajedrez con esa solución de fuerza bruta”.

Desde los 90, el interés está en los problemas que los humanos resuelven de manera subconsciente. “Reconocer caras, traducir un idioma o conducir un automóvil se hace sin conciencia. Yo puedo conducir, llegar a mi casa y no sé cómo he llegado”, ejemplifica. “Con estas ideas hemos desarrollado robots futbolistas que juegan muy bien al fútbol. De hecho, cuando empezamos a desarrollarlos uno podía tomar el joystick y jugar contra los robots y ganarles, pero ahora juegan tan rápido y tan bien que no hay manera”, explica.

Aunque los robots pueden ganar a los humanos en muchas cosas, aún quedan espacios en los que los humanos tienen ventaja. Por ejemplo, la mentira. “Lo más alto de la inteligencia es la mentira en el sentido de que si yo le cuento mentiras a una persona tengo que saber qué sabe esa persona, tengo que tener un modelo mental de la persona para que me crea las mentiras”, explica Rojas. “Por eso es tan difícil decir mentiras, porque cuando lo agarran a uno por un lado con una información que no cuadra, hay que cambiar la historia y rehacerla inmediatamente. El test de Turing consiste en que la computadora cuente mentiras al humano para parecer humana, pero para hacer eso tiene que tener un modelo mental de la otra persona”, indica.

Emociones y razón trabajan en tándem en la toma de decisiones

En este sentido Manes recuerda que “un grupo de investigadores de Oxford encontró una correlación entre la capacidad de engaño táctico de una especie y su capacidad cerebral”, algo que puede indicar que esa capacidad fue un salto evolutivo más allá de lo social que nos hizo humanos. Martínez-Conde discrepa de sus colegas sobre la mentira como actividad humana por excelencia: “Tenemos una capacidad más refinada de engaño como una capacidad más refinada en muchas cosas, pero hay muchos engaños en el mundo animal, desde el mimetismo o el camuflaje en insectos a otros más sofisticados en algunos primates”. “En mi investigación me he interesado en por qué funcionan los trucos de magia en el cerebro. Es fácil engañar a un animal y lo hacen entre ellos, pero no creo que la magia funcione en un animal. Lo que es diferente para una persona en un espectáculo de magia, esta capacidad de asombro y maravilla es lo que nos hace humano”, afirma. Rojas sin embargo considera que sin un modelo mental del otro y un conocimiento de la diferencia entre la verdad y la mentira, lo que se está haciendo es simplemente despistar al rival, algo distinto del engaño.

El engaño, pero de uno mismo, es otro de los mecanismos de adaptación humana para gestionar el mundo con un cerebro limitado. Muchas veces tomamos una decisión y la justificamos aunque haya indicios de que ha sido un error. “Existe una gran inercia a mantener la opinión una vez que decidimos”, explica la investigadora. “Es un mecanismo de atajo mental, la disonancia cognitiva. Después de tomar una decisión no puedo cuestionarla todo el rato porque no tienes los recursos neurales para estar analizando de nuevo los datos una y otra vez”, añade.

Tras siglos de investigación, cree Martínez-Conde que será posible conocer al detalle la biología cerebral y, si la tecnología del futuro lo permite, construir una máquina con las capacidades del cerebro humano. Rojas, sin embargo, no cree que eso vaya a suceder, por cuestiones técnicas y por falta de interés. “No creo que una computadora, que puede ser muy rápida para tomar decisiones y mejores que las personas al poder sopesar más información, vaya a tener una inteligencia como nosotros. También porque las emociones juegan un papel muy importante en la toma de decisiones humana, y no creo que una computadora vaya a tener emociones”, explica. Además, en opinión de Rojas “no se puede reconstruir un cerebro con computadoras digitales porque el cerebro es un sistema analógico y en sistemas analógicos el mejor modelo con lo que sabemos actualmente es el sistema analógico mismo”. “Para construir cerebros humanos la mejor manera que tenemos ahora es tener hijos”, concluye.

sábado, 30 de enero de 2016

Los textos atribuidos a Einstein que no son suyos

Los textos atribuidos a Albert Einstein que no son suyos

Por César Noragueda el 30 de enero de 2016, 19:01

Algo tan deshonesto como falsificar la autoría de cualquier declaración con el propósito sacar algún tipo de provecho, normalmente ideológico pero siempre ilegítimo, no es una práctica reciente. La Iglesia Católica o alguno de sus integrantes, por ejemplo, introdujo con calzador una referencia a Jesucristo, una interpolación, en las

Antigüedades judías (c. 93 a. C.) del historiador no cristiano Flavio Josefo con la objetivo de que sirvieran como una prueba documental respetable de su existencia, pues provenía de un no creyente. Como Konrad Kujau, que vendió a un periodista unos falsos diarios de Adolf Hitler por dos millones y medio de marcos alemanes en 1983.A quien más parece que se ha utilizado para legitimar ideas que no le son propias es el científico Albert Einstein

Pero desde que el uso de internet y de las redes sociales se ha generalizado, una de dos: se han multiplicado las atribuciones de falsarios o con las nuevas tecnologías se les ha dado mayor visibilidad. Y a algunos ya nos cansa sobremanera tropezarnos con un texto que considera a los hijos “un regalo de Dios” con la firma del ateo José Saramago, o filosofías cursis y de baratillo escritas con un estilo más que mediocre que se hacen pasar por ideas de Gabriel García Márquez, de Julio Cortázar y otros. Sin embargo, aquel a quien más parece que se ha utilizado para legitimar ideas que no le son propias es el científico Albert Einstein, yaquí os traigo un ramillete de sus textos apócrifos.

Dios y la religión según Einstein

Comencemos con la que es, quizá, la frase más famosa de Einstein gracias a los que han pretendido convertirlo en un creyente: “Dios no juega a los dados con el Universo”. En realidad, la referencia completa, que pertenece a una carta que le escribió al matemático Cornelius Lanczos, es la que sigue: “Usted es la única persona que conozco que tiene la misma actitud hacia la física que yo tengo: la creencia en la comprensión de la realidad a través de algo básicamente simple y unificado... Parece difícil echar un vistazo a las cartas de Dios. Pero que él juega a los dados y usa métodos «telepáticos»... es algo que no puedo creer ni por un momento”. Su intención es referirse a la esencia comprensible y ordenada del cosmos, no a una creación divina. Su pensamiento era cercano al panteísmo, es decir, la naturaleza era por lo que sentía devoción.El pensamiento de Einstein era cercano al panteísmo, es decir, la naturaleza era por lo que sentía devoción

Baste leer esta explicación suya: “… es mentira todo lo que ustedes han leído acerca de mis convicciones religiosas, una mentira que se repite sistemáticamente. No creo en un Dios personal y no lo he negado nunca, sino que lo he expresado muy claramente. Si hay algo en mí que pueda llamarse religioso es la ilimitada admiración por la estructura del mundo, hasta donde nuestra ciencia puede revelarla”; o este fragmento de una carta que le escribió al filósofo Eric Gutkind: “La palabra Dios para mí no es más que la expresión y el producto de la debilidad humana; la Biblia es una colección honorable, pero primitiva, de leyendas no obstante bastante infantiles”.

Por eso, si uno se da de narices con la firma de Einstein bajo estas palabras: “Quizás se podría describir la situación diciendo que Dios es un matemático de primer orden y que usó unas matemáticas muy avanzadas para construir el universo”, debe estar seguro de que se trata de una falsa atribución. Y, de hecho, estaría en lo cierto, porque es una frase del físico teórico Paul Dirac.Einstein: "La Biblia es una colección honorable, pero primitiva, de leyendas no obstante bastante infantiles"

Sí, es verdad que Einstein también dijo: “La ciencia sin religión está coja y la religión sin ciencia está ciega”, pero no se refería a las religiones institucionalizadas ni, por supuesto, a las creencias irracionales, sino a su propia idea del concepto: “Soy un no-creyente profundamente religioso. De alguna forma, esta es una nueva clase de religión. (…) Nunca he atribuido a la Naturaleza ningún propósito u objetivo, ni nada que pueda entenderse como antropomórfico. Lo que yo percibo en la Naturaleza es una estructura magnífica que solo podemos comprender muy imperfectamente, y eso debe llenar a cualquier ser pensante de un sentimiento de humildad. Este es un sentimiento genuinamente religioso que nada tiene que ver con el misticismo”.

Incluso le han atribuido una afirmación que algunos pretenden que se refiere a una moralidad innata de origen divino: “Hay dos cosas que me admiran: el cielo estrellado fuera de mí y el orden moral dentro de mí”, pero ni siquiera le pertenece, pues es lo que más o menos escribió Immanuel Kant en su Crítica de la razón pura. Y seguro que os habéis topado en algún momento en las redes con una historia viral sobre un niño, luego revelado como un jovencísimo Einstein, que discute con un profesor y le dice: “El mal es el resultado de la ausencia de Dios en el corazón de los seres humanos”. Por supuesto, es algo que nunca ocurrió.

Otras cosas que Einstein nunca dijo

El científico alemán tampoco es autor de otras frases que circulan por la red como una plaga. “Locura es hacer lo mismo una y otra vez esperando obtener resultados diferentes”, que también se le atribuye erróneamente a Mark Twain y a Benjamin Franklin, aparece en la novelaSudden Death, que Rita Mae Brown publicó en 1983. “Cuando un anciano y distinguido científico afirma que algo es posible, casi seguro que tiene razón. Cuando afirma que algo es imposible, probablemente está equivocado”, una de las leyes de Arthur C. Clarke, puede leerse en su libro Profiles of the Future, de 1962.

Fue el físico teórico Richard Feynman, y no Einstein, quien soltó: “Creo que puedo decir con seguridad que nadie entiende la mecánica cuántica”; en un documento de 1963, el sociólogo Edward Bruce Cameron, y no Einstein, escribió esto: “… no todo lo que se puede contar cuenta, y no todo lo que cuenta puede ser contado”; y el antropólogo Ashley Montagu dijo en una entrevista con el propio Einstein, y no este, que “las leyes internacionales existen solo en los tratados de leyes internacionales”.La teoría de la relatividad de Einstein no tiene nada que ver con relativizar la moral y ni mucho menos las verdades, sino con la física

El economista Ernst Friedrich Schumacher, en su libro Small Is Beautiful: Economics as if People Mattered, de 1973, señaló: “Cualquier tonto inteligente puede hacer las cosas más grandes, más complejas y más violentas. Se necesita un toque de genio —y mucho valor— para moverse en la dirección opuesta”, no Einstein. “Todo el mundo es un genio. Pero si juzgas a un pez por su habilidad para trepar árboles, vivirá toda su vida pensando que es un inútil” tampoco es una frase suya; ni: “Todo es energía y eso es todo lo que hay. Sincronízate con la frecuencia de la realidad que quieres y no podrás hacer otra cosa que conseguirla. No puede ser de otra manera. Esto no es filosofía. Es física”, un despropósito pseudocientífico del todo impropio de él.

Como pensar que “todo es relativo”, una malinterpretación de su teoría de la relatividad, formulada para resolver la incompatibilidad entre la mecánica newtoniana y el electromagnetismo y que, por tanto, no tiene nada que ver con relativizar la moral y ni mucho menos las verdades.

Y lo último que me he encontrado en las redes es una supuesta carta de Einstein a su hija Lieserl, a la que dieron en adopción y él no conoció nunca, tan disparatada que parece mentira que alguien pueda tragarse que le es propia: “Hay una fuerza extremadamente poderosa para la que hasta ahora la ciencia no ha encontrado una explicación formal (…). Esta fuerza universal es el Amor (…). El Amor es Luz, dado que ilumina a quien lo da y lo recibe. El Amor es gravedad, porque hace que unas personas se sientan atraídas por otras. El Amor es potencia, porque multiplica lo mejor que tenemos, y permite que la humanidad no se extinga en su ciego egoísmo. El amor revela y desvela. Por amor se vive y se muere. El Amor es Dios, y Dios es Amor”.Engañan y utilizan la reputación de una persona valiosa como Einstein, ejemplo de inteligencia, para tratar de refrendar sus sinsentidos

Al margen del teísmo inadmisible y esas mayúsculas ridículas, lo que más abofetea al sentido común de la carta apócrifa es esto: “Para dar visibilidad al amor, he hecho una simple sustitución en mi ecuación más célebre. Si en lugar de E=mc2 aceptamos que la energía para sanar el mundo puede obtenerse a través del amor multiplicado por la velocidad de la luz al cuadrado, llegaremos a la conclusión de que el amor es la fuerza más poderosa que existe, porque no tiene límites”. A la vista de lo anterior, lo que parece que no tiene límites es la indecencia de aquellos que engañan y utilizan la reputación ganada por una persona valiosa como el científico alemán, ejemplo de inteligencia, para tratar de refrendar sus sinsentidos. Si Einstein levantara la cabeza…