miércoles, 15 de junio de 2016

La NASA descubre un planeta como el Tatooine de 'Star Wars'

La NASA descubre un planeta como el Tatooine de 'Star Wars'

15/09/2011 - www.teinteresa.es

16B tiene las mismas características que Tatooine: temperatura fría, atmósfera gaseosa y gira alrededor de dos estrellas.

El descubrimiento demuestra la gran diversidad de los planetas que existen en la Vía Láctea.

El satélite de la NASA Johannes Kepler ha descubierto un planeta como el natal de Luke Skywalker en la película 'Stars Wars', Tatooine. Aunque ha sido bautizado como 16-b, tiene las mismas características que el del film: temperatura fría, atmósfera gaseosa, desértico y es circumbinario, es decir, gira alrededor de dos estrellas.

Según han explicado los expertos, este cuerpo, que se encuentra a unos 200 años luz de la Tierra, demuestra la diversidad de los planetas que existen en la Vía Láctea. Hasta ahora, "Kepler-16b es el primer ejemplo confirmado e inequívoco de un planeta circumbinario" ha apuntado el profesor del Centro Harvard-Smithsonian Josh Carter.

Kepler-16b tiene un radio correspondiente a las tres cuartas partes del de Júpiter y pesa un tercio de su masa, por lo que, según apuntan los científicos, es similar a Saturno. Tarda 299 días en orbitar alrededor de sus estrellas padre, de las que se encuentra a 65,5 millones de kilómetros.

En este sentido, el estudio, que se ha publicado en la revista 'Science', señala que las dos estrellas padre son más pequeñas y más frías que el Sol. Esta situación es la que hace de Kepler-16b un planeta con una temperatura superficial fría, de alrededor de frío, con una temperatura superficial de alrededor de -73ºC a -100ºC.

La misión Kepler de la NASA ha detectado el planeta a través de lo que se conoce como 'tránsito planetario', un evento en el que una estrella se atenúa cuando un planeta pasa por delante de él. Ahora, los expertos estudiarán más profundamente las características de este cuerpo.

¿Encuentran 2 planetas nuevos en nuestro Sistema Solar?

¿Encuentran 2 planetas nuevos en nuestro Sistema Solar?
14/06/16

Un equipo de astrónomos ha realizado nuevos cálculos en los datos que originalmente dio lugar a la hipótesis del “Planeta Nueve”, y estas nuevas cifras aseguran que el planeta hipotético adicional podría no estar solo, es probable  que esté con múltiples planetas escondidos en el borde de nuestro sistema solar que todavía no han descubierto.

Pero primero, vamos a retroceder un poco para explicar cómo hemos llegado a este punto. En enero, los investigadores del Instituto de Tecnología de California (Caltech) encontraron evidencia de lo que ellos llamanun Planeta Nueve, un enorme planeta helado que podrían estar al acecho en algún lugar más allá de Neptuno, en los confines de nuestro sistema solar.

Los científicos estiman que el Planeta Nueve es 10 veces más grande que la Tierra, y piensan que realiza una órbita extremadamente alargada del Sol, que tarda entre 10,000 y 20,000 años en completarse. Los investigadores de Caltech basaron su hipótesis de la existencia del Planeta Nueve en el movimiento inusual de seis grandes objetos flotantes en el cinturón de Kuiper, lo que sugiere que sus órbitas están conformadas por un planeta oculto. Pero ahora un nuevo equipo de astrónomos afirma que estos objetos del cinturón de Kuiper (KBO) podrían no ser tan estables como se había pensado previamente.

"Con la órbita indicada por los astrónomos de Caltech del Planeta Nueve, nuestros cálculos muestran que los seis Etnos, que consideran ser la piedra de Rosetta en la solución de este misterio, se moverían en órbitas largas e inestables", explicó Carlos de la Fuente Marcos , astrónomo español independiente.

En otras palabras, el efecto gravitatorio que el planeta Nueve tendría en estos planetas enanos helados, ayudaría a que sean demasiado inestables, cambiando la forma en que los científicos de Caltech creen que son.

"Estos objetos podrían escapar del sistema solar en menos de 1,5 mil millones de años, y tres de ellos podrían  abandonarlo en menos de 300 millones de años, y en realidad sus órbitas se convierten inestables en tan sólo 10 millones de año, siendo un corto periodo de tiempo en términos astronómicos". Aseguró Fuente Marcos.

Según Raúl y Sverre J. Aarseth de la Universidad de Cambridge en el Reino Unido, es posible que la estabilidad de estos objetos sea debido a la atracción gravitatoria de un número de planetas descubiertos ocultos en algún lugar de los bordes del sistema solar, lo que significa que el Planeta Nueve podría tener compañía.

Por su parte, la NASA ha permanecido bastante conservadora en los anuncios del Planeta Nueve hasta ahora:

"La posibilidad de un nuevo planeta es sin duda muy emocionante para mí como un científico planetario y para todos nosotros. Pero es demasiado pronto para decir con certeza que hay un nuevo Planeta X. Lo que estamos viendo es una predicción temprana basada en el modelado a partir de observaciones limitadas, es el comienzo de un proceso que podría conducir a un resultado apasionante". Explicó  Jim Green, director de la División de Ciencias Planetarias de la NASA.

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martes, 14 de junio de 2016

El bichito que planta cara a Dios

El bichito que planta cara a Dios

Un organismo marino muestra por qué el ser humano no está en la cúspide de la evolución

MANUEL ANSEDE

Barcelona 13 JUN 2016 - 05:26CDT

“Sólo la casualidad puede aparecer ante nosotros como un mensaje. Lo que ocurre necesariamente, lo esperado, lo que se repite todos los días, es mudo. Sólo la casualidad nos habla”, escribía Milan Kundera en La insoportable levedad del ser. Y algo habla, o más bien grita, en una playa de Badalona, cerca de Barcelona: la dominada por el puente del Petróleo. Por este pantalán que se mete 250 metros en el mar Mediterráneo se descargaban productos petrolíferos hasta finales del siglo XX. Y a sus pies se levanta desde 1870 la fábrica de Anís del Mono, el licor en cuya etiqueta aparece un simio con la cara de Charles Darwin como guiño a la teoría de la evolución, por entonces polémica.

Hoy, el puente del Petróleo es un precioso mirador con una estatua de bronce dedicada al mono con rostro darwinista. Y, por una casualidad que habla, entre sus paseantes habituales se encuentra un equipo de biólogos evolutivos del departamento de Genética de la Universidad de Barcelona. Caminan por la pasarela sobre el océano y lanzan un cubo para atrapar a un animal marino, el Oikopleura dioica, un bicho de tan solo tres milímetros, pero con boca, ano, cerebro y corazón. Parece insignificante, pero, como Darwin, hace que el discurso de las religiones se tambalee. Coloca al ser humano en el lugar que le corresponde: con el resto de animales.

El organismo marino 'Oikopleura dioica' señala a la pérdida de genes ancestrales, compartidos con los humanos, como motor de la evolución

“Hemos estado mal influenciados por la religión, pensando que estábamos en la cúspide de la evolución. No lo estamos. Estamos al mismo nivel que el resto de los animales”, sentencia el biólogo Cristian Cañestro. Junto a su colega Ricard Albalat dirige una de las tres únicas instalaciones científicas del mundo para estudiar al Oikopleura dioica. Las otras dos están en Noruega y Japón. La suya es una salita fría, con centenares de ejemplares prácticamente invisibles metidos en recipientes de agua, en un rincón de la Facultad de Biología de la Universidad de Barcelona.

“La visión hasta ahora es que al evolucionar ganábamos en complejidad, ganando genes. Así se pensó cuando se secuenciaron los primeros genomas, de mosca, de gusano y del ser humano. Pero hemos visto que no es así. La mayoría de nuestros genes está también en las medusas. Nuestro ancestro común los tenía. No es que nosotros hayamos ganado genes, es que los han perdido ellos. La complejidad génica es ancestral”, sentencia Cañestro.

En 2006, este biólogo investigaba el papel de un derivado de la vitamina A, el ácido retinoico, en el desarrollo embrionario. Esta sustancia indica a las células de un embrión lo que tienen que hacer para convertirse en un cuerpo adulto. El ácido retinoico activa los genes necesarios, por ejemplo, para formar las extremidades, el corazón, los ojos y las orejas. Cañestro estudiaba este proceso, común en los animales, en el Oikopleura. Y se quedó con la boca abierta.

“Los animales utilizan una cascada de genes para sintetizar el ácido retinoico. Me di cuenta de que en el Oikopleura dioicafaltaba uno de estos genes. Luego vi que faltaban más. No encontrábamos ninguno”, recuerda. Este animal de tres milímetros fabrica su corazón, de manera inexplicable, sin ácido retinoico. “Si ves un coche sin ruedas moviéndose, ese día tu percepción de las ruedas cambia”, ilustra Cañestro.

Nuestro último ancestro común vivió hace 500 millones de años. Desde entonces, el 'Oikopleura' ha perdido el 30% de los genes que nos unían

El último ancestro común entre este minúsculo habitante de los océanos y el ser humano vivió hace unos 500 millones de años. Desde entonces, el Oikopleura ha perdido el 30% de los genes que nos unían. Y lo ha hecho con éxito. Si usted se mete en cualquier playa del mundo, allí estarán ellos rodeando su cuerpo. En la batalla de la selección natural, los Oikopleura han ganado. En algunos ecosistemas marinos, su densidad alcanza los 20.000 individuos por cada metro cúbico de agua. Son perdedores, pero solo de genes.

Albalat y Cañestro acaban de publicar en la revista especializada Nature Reviews Genetics un artículo que analiza la pérdida de genes como motor de la evolución. Su texto ha despertado interés mundial. Ha sido recomendado por F1000Prime, una clasificación internacional que señala los mejores artículos sobre biología y medicina. El suyo empieza con una frase del emperador romano Marco Aurelio, filósofo estoico: “La pérdida no es más que cambio y el cambio es un placer de la naturaleza”.

Los dos biólogos subrayan que la pérdida de genes, incluso, pudo ser clave para el origen de la especie humana. “El chimpancé y el ser humano comparten más del 98% de su genoma. Quizás habría que buscar las diferencias en los genes que se han perdido de manera diferente durante la evolución de los humanos y el resto de primates. Algunos estudios sugieren que la pérdida de un gen hizo que la musculatura de nuestra mandíbula fuera más pequeña y esto permitió aumentar el volumen de nuestro cráneo”, hipotetiza Albalat. Quizá, perder genes nos hizo más inteligentes que el resto de los mortales.

En 2012, un estudio del genetista estadounidense Daniel MacArthur mostró que, de media, cualquier persona sana tiene 20 genes que no funcionan. Y, aparentemente, tan campantes. Albalat y Cañestro, del Instituto de Investigación de la Biodiversidad (IRBio) de la Universidad de Barcelona, ponen dos ejemplos muy estudiados. En algunas personas, los genes que codifican la proteína CCR5 o la DUFFY están anulados por mutaciones. Son las proteínas que utilizan, respectivamente, el virus del sida y el parásito que causa la malaria para entrar en las células. La pérdida de estos genes hace a los humanos más resistentes a estas enfermedades.

En el laboratorio de Cañestro y Albalat hay un cartel que imita al de la películaReservoir Dogs, en el que aparecen los científicos y otros miembros de su equipo vestidos con camisas blancas y corbatas negras, como en el filme de Quentin Tarantino. Su montaje se titula Reservoir Oiks, en alusión al Oikopleura. Los dos biólogos creen que el organismo marino va a permitir formular, y responder, preguntas nuevas sobre nuestro manual de instrucciones común: el genoma.

El 'Oikopleura' permite estudiar qué genes humanos son esenciales: por qué algunas mutaciones son irrelevantes y otras provocan efectos terribles en nuestra salud

El cerebro del Oikopleura tiene unas 100 neuronas y el de los humanos contiene 86.000 millones, pero somos mucho más similares de lo que parece. Entre un 60% y un 80% de las familias de genes humanos tienen un claro representante en el genoma de Oikopleura. “Este animal nos permite estudiar qué genes humanos son esenciales”, aplaude Albalat. O lo que es lo mismo: por qué algunas mutaciones son irrelevantes y otras provocan efectos terribles en nuestra salud.

Los seres vivos poseen una maquinaria celular que repara las mutaciones que surgen en su ADN. El Oikopleura dioica ha perdido 16 de los 83 genes ancestrales que regulan este proceso. Esta incapacidad para autorrepararse podría explicar su pérdida extrema de genes, según detalla el artículo en Nature Reviews Genetics.

A Cañestro se le ilumina la mirada al hablar de estas ausencias. Los genes suelen actuar en cascada para llevar a cabo una función. Si en una cascada conocida de ocho genes faltan siete en el Oikopleura, porque la función se ha perdido, la permanencia del octavo gen puede revelar una segunda función esencial que había pasado desapercibida. Ese gen sería como un cruce de autopistas. Desmantelada una carretera, sobrevive porque es fundamental en otra ruta. “Esa segunda función ya estaba en el ancestro común y puede ser importante en los humanos”, celebra Cañestro.

“No hay animales superiores y animales inferiores. Nuestras piezas de Lego son básicamente las mismas, aunque con ellas construyamos cosas diferentes”, zanja el biólogo. Piense en su lugar en el mundo la próxima vez que bucee en el mar. Esa nieve blanca que flota en el agua y se puede ver a contraluz son las deposiciones del Oikopleura.

Somos simplemente 30 billones de células. Así dejamos de ser invertebrados.

© El País.

jueves, 2 de junio de 2016

Del eterno retorno

Del eterno retorno
Raúl Humberto Muñoz Aragón

A finales del semestre agosto - diciembre del 2015, al momento de concluir una sesión de la materia "Procesos de comunicación humana" que impartía en ese tiempo a estudiantes del primer semestre de la Licenciatura en Comunicación y Periodismo, se acercó uno de mis alumnos y me comparte el saludo que su padre me envía, comentándome a su vez el dicho de su papá en relación a su tiempo de estudiante, en el cual yo mismo le impartí alguna materia y le enseñé a dar mantenimiento preventivo y correctivo a las computadoras de aquellos ayeres… esta anécdota ha sido motivo y origen de algunos chascarrillos, en los que el protagonista es el paso del tiempo, detonando con ello más de una charla entre compañeros docentes.

Platico lo anterior para hacer un muy ligero esbozo de lo que es la vida académica, de la riqueza que se encuentra en los claustros universitarios, en los que día a día se desarrolla una dinámica que enriquece tanto a alumnos como a profesores; y si somos francos, mucho más a estos últimos. Esto es algo que tenemos muy claros quienes tenemos la fortuna de dedicarnos a este oficio de compartir aprendizajes y conocimientos.

En lo que a mí respecta, una de las pasiones de mi vida es el conocimiento mismo… pasión o maldición, aun no lo tengo muy claro, más lo cierto es que es uno de los afanes de mi vida, quizá ésta sea la causa de mi amor por los libros y demás fuentes de conocimiento, que a fin de cuentas éste último viene en muchas presentaciones: lo encontrarás en el amanecer, en la mirada de sorpresa de un niño, en las palabras pausadas de un viejo, en un sueño que de forma recurrente te visita noche a noche, en una revista, en una película, en una manzana que te pega en la cabeza… y así, en incontables cosas; el único requisito es que tengas un observador ávido, que cualquier espacio, momento, situación, ocurrencia, será una oportunidad para saber.

Más he de aclarar que aunque el conocimiento se encuentra en todo nuestro derredor -tan cierto lo dicho como el hecho de que es el ente omnipresente por definición- uno de los lugares en donde se encuentran voluntades con el propósito y compromiso por hacerse de él es en las universidades, espacio en que el encuentro permanente de visiones del mundo se fusionan e interactúan convirtiéndose en flujo continuo de datos e información que cobra sentido y nos permiten referenciar la realidad que hay en nuestro derredor, haciendo posible que el libre flujo del conocimiento se torne en bandera que posibilita abordar problemas, fenómenos o situaciones diversas de las más variadas formas, aprendiendo con ello a hacer y desarrollar nuevas formas para realizar aquello a lo que en un futuro se han de desempeñar los profesionales, hombres y mujeres que hacen de las inteligencias formas creativas para ver y hacer el futuro.

En las universidades, se encuentra en ebullición permanente el afán por aprender, por comprender y por transformar nuestra realidad, siempre en búsqueda de nuevos y mejores estadios. En ellas, los ciclos son constantes y altamente emotivos. Nada se compara con el hecho de recibir a jóvenes ávidos de aprender, plenos en inquietudes, en desafíos y rebeldías que hacen de la cátedra diaria una odisea apasionante, en la que el colectivo de estudiantes y profesores se nutren de forma continua. Es en estos ciclos en los cuales, una vez concluida la currícula propia de cada carrera, en que se presenta uno de los momentos más agridulces de la vida académica… aquel en que nuestros jóvenes se alejan del "nido" y emprenden un camino que ha de llevarlos a la conquista de los sueños y anhelos incontablemente comentados en los campus universitarios.

Ver a nuestros estudiantes listos para hablar de tú a tú con aquellos que serán sus pares, que tan sólo unos pocos años antes eran sus profesores, es sin duda el mayor reconocimiento a que un catedrático puede aspirar, en él se conjugan los colegas que iniciaron el andar de cada uno de nosotros en algún momento, ayudando a un pequeño a tomar correctamente un lápiz, guiando su mano para manejar adecuadamente unas tijeras, aquellos que escucharon una y otra vez las mismas dudas, siempre en rostros y voces distintos.

Ahora, a principios de junio, me encuentro en esta etapa, once de mis estudiantes se están preparando para presentar sus tesis profesionales ante la Academia de la Universidad Autónoma de La Laguna, tesis que son el resultado de un trabajo que hemos hecho juntos en los últimos tres semestres y que está por dar su fruto. Tengo muy claro que lo harán bien, eso me hace sentirme orgulloso, emocionado y un poco nostálgico por la pronta partida; por otro lado, hay seis jóvenes más con los que estoy iniciando este mismo proceso, a los cuales se sumarán otros más el próximo ciclo escolar y eso es otro reto que de ya, me tiene emocionado… y así, generación tras generación de jóvenes que van llenando de canas mi sien, en ellas hay siempre algo aprendido.

Vaya pues un gracias, gracias siempre a mis alumnos por la oportunidad de aprender.