lunes, 31 de marzo de 2014

Caducidades de la vida

Caducidades de la vida

Raúl Humberto Muñoz Aragón

Nos hemos alejado tanto de la infancia que hoy es una pantalla la que educa, la que comunica, la que abraza. Dejamos de disfrutar a los hijos por el enorme afán de “darles una vida mejor”, sin tener muy claro que significa lo dicho, haciendo, por consiguiente, que la búsqueda sea infructuosa.
Buscamos afanosamente los mejores espacios educativos para ellos, lugares que hagan de ellos individuos exitosos, y hemos dejado de alimentar y cuidar el más importante, el hogar, la familia, esa, que hoy está tan caduca que nos enfrascamos en redefiniciones que son absurdas, sin sentido; a fin de cuentas pareciera que ha pasado de moda y debemos actualizarla, envolverla de modernidad, hacerla “políticamente correcta”, y hemos olvidado que es ahí donde aprendemos a ser mejores o peores seres humanos, donde vivimos, o más bien, deberíamos vivir con base en lo correcto, donde la norma sean los valores.
Hoy el dinamismo, las inquietudes, ese deseo inacabable por saber, la maravilla de descubrir cada “todo” que la vida les presenta a nuestros hijos nos abruma, nos angustia, nos genera un complejo de culpa que nos abate por el abandono en que la vida actual nos condena y esto nos lleva a seguir siempre fuera del hogar en la eterna búsqueda por una “vida mejor para ellos”, argumentamos que la calidad es mejor que la cantidad, que los olvidamos, y esa etapa tan fructífera se torna en tormento, es tal nuestro olvido de nuestra propia infancia que al torrente a veces irrefrenable –quiera Dios que siempre sea así– de los niños que lo hemos etiquetado en trastornos, pues en buscar “lo mejor para ellos” es preferible que algún profesional los aletargue, los convierta en los zombis de la Sociedad del Conocimiento, esa que no acaba de llegar y que solo ha generado más y más ignorancia.
Hemos olvidado que nada había mejor que el hogar, ese espacio donde el calor de la familia siempre nos arropaba, donde la mirada atenta de mamá nos protegía siempre, y a su lado la fortaleza de papá.
Vivimos preocupados permanentemente, preocupados por el bullying, por los trastornos alimenticios (obesidad, bulimia, anorexia), por la violencia, por las drogas, porque los refrescos han subido un peso más, por la corrupción, por la ignorancia, por la preparación para el futuro… un futuro que no existe y que siempre será eso, futuro, o lo que es lo mismo, posibilidades, las que nosotros decidamos, las que hoy construyamos, y que mientras no nos ocupemos, seguirán siendo preocupación por todo.
Nuestros hijos van a recibir golpes, algunos ligeros, otros no tanto, se caerán y se levantarán para caer nuevamente, no podemos evitarlo, pero si podemos darles las herramientas y las certezas de que pueden sortear con éxito esta maravilla que es la vida. Que el primer bullying que sufrimos, lo vivimos en la familia, en la casa, cuando nos dicen “no puedes”, “no sabes”, “eres un tonto”, “eso es cosa de niñas”… e iniciamos un proceso en que ponemos etiquetas que limitan. Cuando decimos que “eso no son problemas” le damos un golpe que frena, que coarta, que limita, que trunca; ocurre que los niños a los tres años, todos son genios, tienen en su potencialidad la capacidad de construir cualquier cosa; la pregunta es ¿qué hemos estado haciendo para que todo ese potencial se pierda?, ¿cuántos de nuestros miedos y frustraciones les legamos día a día, con ausencia y presencia?
La edad no nos hace obsoletos, ni maduros, ni sabios; la edad es lo que hacemos con lo que de nosotros han hecho, que construimos con el infinito número de posibilidades que nos da día a día la vida; en este punto, los niños nos van ganando, pues tener un dragón, un hipopótamo, una cebra y un dinosaurio con quien convivir es patrimonio diario. ¿Cuántas vidas hemos truncado hoy?
Hoy es una pantalla la que se encarga de abrazar, las charlas en la mesa, si es que charlamos entre nosotros, es a través de algún dispositivo electrónico, gadget que pone fecha de caducidad a la vida, y que hay que renovarlo constantemente, pues en caso contrario, caducamos con él… sería genial que pudiéramos desenchufarnos al menos un momento, quizá descubramos que ahí, al lado esta nuestra familia, que un solo abrazo real derrumba cualquier problema, que nos lleva al cielo, que nos envuelve en una paz mágica, y eso es amor en su estado más puro.

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