Caducidades de la vida
Raúl Humberto Muñoz Aragón
Nos hemos alejado tanto de la
infancia que hoy es una pantalla la que educa, la que comunica, la que abraza.
Dejamos de disfrutar a los hijos por el enorme afán de “darles una vida mejor”,
sin tener muy claro que significa lo dicho, haciendo, por consiguiente, que la
búsqueda sea infructuosa.
Buscamos afanosamente los mejores
espacios educativos para ellos, lugares que hagan de ellos individuos exitosos,
y hemos dejado de alimentar y cuidar el más importante, el hogar, la familia,
esa, que hoy está tan caduca que nos enfrascamos en redefiniciones que son
absurdas, sin sentido; a fin de cuentas pareciera que ha pasado de moda y
debemos actualizarla, envolverla de modernidad, hacerla “políticamente
correcta”, y hemos olvidado que es ahí donde aprendemos a ser mejores o peores
seres humanos, donde vivimos, o más bien, deberíamos vivir con base en lo
correcto, donde la norma sean los valores.
Hoy el dinamismo, las
inquietudes, ese deseo inacabable por saber, la maravilla de descubrir cada
“todo” que la vida les presenta a nuestros hijos nos abruma, nos angustia, nos
genera un complejo de culpa que nos abate por el abandono en que la vida actual
nos condena y esto nos lleva a seguir siempre fuera del hogar en la eterna
búsqueda por una “vida mejor para ellos”, argumentamos que la calidad es mejor
que la cantidad, que los olvidamos, y esa etapa tan fructífera se torna en
tormento, es tal nuestro olvido de nuestra propia infancia que al torrente a
veces irrefrenable –quiera Dios que siempre sea así– de los niños que lo hemos
etiquetado en trastornos, pues en buscar “lo mejor para ellos” es preferible
que algún profesional los aletargue, los convierta en los zombis de la Sociedad
del Conocimiento, esa que no acaba de llegar y que solo ha generado más y más
ignorancia.
Hemos olvidado que nada había
mejor que el hogar, ese espacio donde el calor de la familia siempre nos
arropaba, donde la mirada atenta de mamá nos protegía siempre, y a su lado la
fortaleza de papá.
Vivimos preocupados
permanentemente, preocupados por el bullying, por los trastornos alimenticios
(obesidad, bulimia, anorexia), por la violencia, por las drogas, porque los
refrescos han subido un peso más, por la corrupción, por la ignorancia, por la
preparación para el futuro… un futuro que no existe y que siempre será eso,
futuro, o lo que es lo mismo, posibilidades, las que nosotros decidamos, las
que hoy construyamos, y que mientras no nos ocupemos, seguirán siendo
preocupación por todo.
Nuestros hijos van a recibir
golpes, algunos ligeros, otros no tanto, se caerán y se levantarán para caer
nuevamente, no podemos evitarlo, pero si podemos darles las herramientas y las
certezas de que pueden sortear con éxito esta maravilla que es la vida. Que el
primer bullying que sufrimos, lo vivimos en la familia, en la casa, cuando nos
dicen “no puedes”, “no sabes”, “eres un tonto”, “eso es cosa de niñas”… e
iniciamos un proceso en que ponemos etiquetas que limitan. Cuando decimos que
“eso no son problemas” le damos un golpe que frena, que coarta, que limita, que
trunca; ocurre que los niños a los tres años, todos son genios, tienen en su
potencialidad la capacidad de construir cualquier cosa; la pregunta es ¿qué
hemos estado haciendo para que todo ese potencial se pierda?, ¿cuántos de
nuestros miedos y frustraciones les legamos día a día, con ausencia y
presencia?
La edad no nos hace obsoletos, ni
maduros, ni sabios; la edad es lo que hacemos con lo que de nosotros han hecho,
que construimos con el infinito número de posibilidades que nos da día a día la
vida; en este punto, los niños nos van ganando, pues tener un dragón, un
hipopótamo, una cebra y un dinosaurio con quien convivir es patrimonio diario.
¿Cuántas vidas hemos truncado hoy?
Hoy es una pantalla la que se encarga
de abrazar, las charlas en la mesa, si es que charlamos entre nosotros, es a
través de algún dispositivo electrónico, gadget que pone fecha de caducidad a
la vida, y que hay que renovarlo constantemente, pues en caso contrario,
caducamos con él… sería genial que pudiéramos desenchufarnos al menos un
momento, quizá descubramos que ahí, al lado esta nuestra familia, que un solo
abrazo real derrumba cualquier problema, que nos lleva al cielo, que nos
envuelve en una paz mágica, y eso es amor en su estado más puro.
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