No tengo dudas… sólo tengo juguetes
Raúl Humberto Muñoz
Aragón
Mi esposa es psicóloga; una
apasionada de la psicología y sus diferentes ramas si es que he de ser más
preciso; interesada siempre en saber tantos por qué, que inevitablemente me
recuerda esa etapa en los niños –pensamiento que se refuerza cuando si algo la
hace reír, su carcajada es tan franca como toda la libertad con que ella es,
sin importar más nada–.
A esta pasión, la psicología, se
suma a otro de sus mayores afanes, los niños –afán que se magnifica y
potencializa con Miranda, sí, nuestra hija–, Ali, mi esposa, es una personas
culta e inteligente, capaz de entablar conversación con personas de las más
diversas condiciones y situaciones; en todas ella su empatía es tal que logra
establecer lazos de comunicación que suelen ser muy efectivos; haciendo que su
labor en las aulas y en la clínica de resultados exitosos. Su profesionalismo y
su capacidad de encontrar lo sorprendente y maravilloso de cada individuo la hacen
altamente competente.
Todo lo citado anteriormente
tiene un propósito, lo menciono porque he de iniciar mi construcción con un par
de anécdotas que harán claro aquello que quiero contar, al menos eso espero. La
primera, ocurre que un día, estando ella con un grupo de niños preparando una
dinámica –esas que se inventan los psicólogos para ver espíritu y mente de sus
pacientes–; ya les había entregado el material de trabajo y les estaba
indicando las instrucciones a seguir, eran tres o cuatro niños que atentamente
escuchaban las instrucciones que Ali, muy sesuda y empáticamente les hacía. El
más pequeño, en aquel entonces de sólo tres años, aunque ansioso por iniciar el
juego, no perdía detalle de lo que le estaba indicando su maestra, no sin que
sus manos y mente ansiaran iniciar una actividad que prometía el momento tan
anhelado de diversión.
Una vez concluida la exposición
de mi esposa, ella, les pregunta a los pequeños si tienen una duda; todos,
salvo el más pequeño, contestan que no; él en cambio, con la mano levantada en
demanda de atención urgente, enfrentando un dilema que no alcanza a entender
del todo le contesta “no tengo dudas… sólo tengo juguetes”. He ahí la mágica
visión de un niño, que en su respuesta va la síntesis de nuestra primera visión
del mundo, uno en que las dudas se pueden permutar por juguetes, que a fin de
cuentas nada más lúdico que el conocimiento; la sorpresa y la maravilla de
descubrir lo que en derredor nuestro hay es inigualable. Las palabras de
Whitman en el sentido de que su educación era perfecta hasta que la escuela la
echó a perder es una sentencia clara, precisa, cierta.
Jugar con la duda, convertirla en
interrogante que, como un rompecabezas, nos lleve a conocer nuevo derroteros
para esto que se llama realidad, donde el conocimiento y la creatividad –ese
pensamiento divergente que está en todos nosotros nos puede dar respuestas
diferentes y con ellas explorar nuevos caminos que nos lleven a mejores
destinos– son destino.
“Duda” es una palabra que en su
haber tiene connotaciones no muy gratas, incómodas, esotéricas e incluso un
poco negativas; es está permuta por “Juguete” pude regresarnos, recordarnos lo
grato que es aprender, y que a veces, en la escuela, nos enseñan a odiar tanto,
que a los pocos que aún tienen el valor de conservar ese placer por aprender
los llamamos “ñoños” o “nerds”, y a veces, como padres, queremos todo, menos un
hijo “nerd”.
¿Qué pasaría si…? Esta es la
segunda anécdota, y es un juego que mi esposa y su hermano, cuando pequeños,
jugaban con su madre –profesora con un alto compromiso y empeño por facilitar
el camino a los niños para alcanzar el conocimiento– en los viajes diarios a
clases, que a fin de cuentas media hora hace posible el convertir dudas en
juguetes, haciendo de ellos el vehículo perfecto para aprender. Solo hay una
regla, dar por sentado que, por aparentemente absurda que sea la pregunta, hay
que contestarla como si fuera verdad inobjetable y en consecuencia contestar…
Así si la pregunta es ¿qué pasaría si la Luna fuera de queso?, habría que
contestar todas las posibilidades que eso implicaría, hasta elucubrar de qué
tamaño sería la tortilla para hacerla quesadilla o el número de ratones que
podrían comerla o, encontraríamos que en verdad la Vía Lactea es una gran
proveedora de leche que hace posibles tales tamaños de queso, y quizá una
mordida a la Luna sea una experiencia plena para los sentidos.
Parecería absurdo, pero estos
cuestionamientos tienen una potencialidad enorme para desarrollar ese
pensamiento divergente, creativo, que tanto hace falta. La locura es necesaria,
ella debe alimentar el ritmo de la vida. Los locos que enfrentan molinos de
viento, que construyen castillos en el aire son quienes nos han de salvar de
esta realidad tan inequitativa que nos tiene aletargados…
¿Qué pasaría si hiciéramos de “Imagine”
una profecía escrita en algún trance en que Lennon visualizó su futuro?, un
presente cercano y posible para nosotros; quizá hoy estaríamos trabajando en
hacerla realidad… “…Imagine
all the people living life in peace (…) Imagine all the people sharing all the
world. You may say that I'm a dreamer, but I'm not the only one…”
ymahr@yahoo.com
http://www.elsiglodetorreon.com.mx/noticia/971856.imagenes.html
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