jueves, 3 de abril de 2014

No tengo dudas... sólo tengo juguetes

No tengo dudas… sólo tengo juguetes


Raúl Humberto Muñoz Aragón

Mi esposa es psicóloga; una apasionada de la psicología y sus diferentes ramas si es que he de ser más preciso; interesada siempre en saber tantos por qué, que inevitablemente me recuerda esa etapa en los niños –pensamiento que se refuerza cuando si algo la hace reír, su carcajada es tan franca como toda la libertad con que ella es, sin importar más nada–.

A esta pasión, la psicología, se suma a otro de sus mayores afanes, los niños –afán que se magnifica y potencializa con Miranda, sí, nuestra hija–, Ali, mi esposa, es una personas culta e inteligente, capaz de entablar conversación con personas de las más diversas condiciones y situaciones; en todas ella su empatía es tal que logra establecer lazos de comunicación que suelen ser muy efectivos; haciendo que su labor en las aulas y en la clínica de resultados exitosos. Su profesionalismo y su capacidad de encontrar lo sorprendente y maravilloso de cada individuo la hacen altamente competente.

Todo lo citado anteriormente tiene un propósito, lo menciono porque he de iniciar mi construcción con un par de anécdotas que harán claro aquello que quiero contar, al menos eso espero. La primera, ocurre que un día, estando ella con un grupo de niños preparando una dinámica –esas que se inventan los psicólogos para ver espíritu y mente de sus pacientes–; ya les había entregado el material de trabajo y les estaba indicando las instrucciones a seguir, eran tres o cuatro niños que atentamente escuchaban las instrucciones que Ali, muy sesuda y empáticamente les hacía. El más pequeño, en aquel entonces de sólo tres años, aunque ansioso por iniciar el juego, no perdía detalle de lo que le estaba indicando su maestra, no sin que sus manos y mente ansiaran iniciar una actividad que prometía el momento tan anhelado de diversión.

Una vez concluida la exposición de mi esposa, ella, les pregunta a los pequeños si tienen una duda; todos, salvo el más pequeño, contestan que no; él en cambio, con la mano levantada en demanda de atención urgente, enfrentando un dilema que no alcanza a entender del todo le contesta “no tengo dudas… sólo tengo juguetes”. He ahí la mágica visión de un niño, que en su respuesta va la síntesis de nuestra primera visión del mundo, uno en que las dudas se pueden permutar por juguetes, que a fin de cuentas nada más lúdico que el conocimiento; la sorpresa y la maravilla de descubrir lo que en derredor nuestro hay es inigualable. Las palabras de Whitman en el sentido de que su educación era perfecta hasta que la escuela la echó a perder es una sentencia clara, precisa, cierta.

Jugar con la duda, convertirla en interrogante que, como un rompecabezas, nos lleve a conocer nuevo derroteros para esto que se llama realidad, donde el conocimiento y la creatividad –ese pensamiento divergente que está en todos nosotros nos puede dar respuestas diferentes y con ellas explorar nuevos caminos que nos lleven a mejores destinos– son destino.

“Duda” es una palabra que en su haber tiene connotaciones no muy gratas, incómodas, esotéricas e incluso un poco negativas; es está permuta por “Juguete” pude regresarnos, recordarnos lo grato que es aprender, y que a veces, en la escuela, nos enseñan a odiar tanto, que a los pocos que aún tienen el valor de conservar ese placer por aprender los llamamos “ñoños” o “nerds”, y a veces, como padres, queremos todo, menos un hijo “nerd”.

¿Qué pasaría si…? Esta es la segunda anécdota, y es un juego que mi esposa y su hermano, cuando pequeños, jugaban con su madre –profesora con un alto compromiso y empeño por facilitar el camino a los niños para alcanzar el conocimiento– en los viajes diarios a clases, que a fin de cuentas media hora hace posible el convertir dudas en juguetes, haciendo de ellos el vehículo perfecto para aprender. Solo hay una regla, dar por sentado que, por aparentemente absurda que sea la pregunta, hay que contestarla como si fuera verdad inobjetable y en consecuencia contestar… Así si la pregunta es ¿qué pasaría si la Luna fuera de queso?, habría que contestar todas las posibilidades que eso implicaría, hasta elucubrar de qué tamaño sería la tortilla para hacerla quesadilla o el número de ratones que podrían comerla o, encontraríamos que en verdad la Vía Lactea es una gran proveedora de leche que hace posibles tales tamaños de queso, y quizá una mordida a la Luna sea una experiencia plena para los sentidos.

Parecería absurdo, pero estos cuestionamientos tienen una potencialidad enorme para desarrollar ese pensamiento divergente, creativo, que tanto hace falta. La locura es necesaria, ella debe alimentar el ritmo de la vida. Los locos que enfrentan molinos de viento, que construyen castillos en el aire son quienes nos han de salvar de esta realidad tan inequitativa que nos tiene aletargados…

¿Qué pasaría si hiciéramos de “Imagine” una profecía escrita en algún trance en que Lennon visualizó su futuro?, un presente cercano y posible para nosotros; quizá hoy estaríamos trabajando en hacerla realidad… “…Imagine all the people living life in peace (…) Imagine all the people sharing all the world. You may say that I'm a dreamer, but I'm not the only one…”


ymahr@yahoo.com

http://www.elsiglodetorreon.com.mx/noticia/971856.imagenes.html

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