jueves, 10 de abril de 2014

Derechos sin obligaciones
Raúl Humberto Muñoz Aragón

Sin lugar a dudas; niños, jóvenes, adultos, viejos, mujeres, hombres… todos; todos tenemos derechos, independientemente de condiciones sociales, culturales, religiosas, laborales, de salud, de género…; son parte fundamental de lo que nos hace seres humanos, integran la esencia de hombres y mujeres, son inevitables, irrenunciables y es nuestro compromiso haceros valer, luchar día a día por su respeto; esa es nuestra primera obligación como individuos, como parte de una colectividad, de una sociedad en la que se sustentan y se ejercen y nos da la oportunidad de ser.

Pero con los derechos que nos asisten, que nos dan sustento y fundamento en nuestro ser y hacer, también está la contraparte, las obligaciones que con ellos vienen. Pues todo individuo, independientemente de su situación particular, tiene tanto derechos como obligaciones que van en el sentido y en la magnitud de su condición personal y evolucionan y se transforman conforme nosotros vamos pasando por los roles y estatus que la convivencia en sociedad nos impone; pero igualmente son ineludibles, irrenunciables; no podemos abonar por unos y dejar los otros a la deriva, o a que sean cubiertos o cumplidos sólo por los otros o por conveniencia.
Hemos luchado tanto por la defensa de nuestros derechos, que en tiempo ya suman varios siglos, remontándose a la Edad Media en sus primeras conceptualizaciones y en generaciones de derechos humanos ya hablamos de al menos cuatro generaciones en las que se han abordado desde los derechos fundamentales del ser humanos ligados al principio de libertad –de ahí el surgimiento de las grandes libertades individuales– hasta los derechos de los individuos ante las nuevas tecnologías y la Sociedad del Conocimiento –utópica o no–, pasando por los derechos económicos, sociales y culturales de la segunda generación vinculada al principio de igualdad, así como los de la tercera generación que se sustenta en el principio de fraternidad vinculada en la solidaridad. Pero esta búsqueda constante, esta lucha por los derechos que nos deben asistir es tal que hemos dejados u obviado eso que son nuestras obligaciones.

Sin duda ambos elementos, derechos y obligaciones van juntos, unos deben ser consecuencia de los otros, la conquista de uno debe ser el resultado de ejercer el otro. Ejemplos hay muchos; la lucha por el bienestar de los niños, por la satisfacción de todos y cada uno de sus derechos, por legarles una mejor calidad de vida, está dando como resultado una generación de niños que sólo saben de los privilegios que tienen por el simple hecho de ser infantes; dejando de lado el respeto a los padres, a los mayores, donde la autoridad del profesor –y de cualquiera– se ve menguada por las rebeldías y caprichos de pequeños harto consentidos; que exigen, que no saben del uso de palabras tan sencillas como necesarias  como lo son “por favor” y “gracias”. Sí, los niños, tienen obligaciones en casa; ayudar y contribuir en el bienestar del hogar, su trabajo es estudiar, cumplir con tareas, respetar a los otros.

Jóvenes sin ideología, pues, algunos han tenido aquello que desean al alcance de un berrinche, donde el exigir es su tarea principal, donde con la bandera de su individualidad, se pueden enfrascar en cualquier actividad, licita o no, moral (aunque este pasada de moda) o no, peligrosa o no… y los padres debe “respetar” su espacio y no intervenir, aunque los jóvenes aun no tengan todos los elementos para una toma de decisión fundamentada en pros y contras de aquello que hacen o no. Hoy los padres de familia tienen miedo a ejercer su obligación plena hacia sus hijos, y les dejan una libertad sin límites, que sólo conduce a vagar por caminos a veces no adecuados, a trastabillar sin la certeza del paso andado. Hoy los papás anhelan con ser los “mejores amigos” de sus hijos, y echan por el caño su responsabilidad de educar, de formar, de apoyar, de premiar sí, pero de castigar también; no, los padres son papás y mamás, algo mucho más que amigos.

El uso de nuestros derechos nos ha llevado, en algunos casos, a decidir por otros. El argumento de decidir por nuestro propio cuerpo, dejando lado nuestra obligación por velar por la integridad de los nuevos seres humanos. Derecho que no todos podemos ejercer, pues pareciera que al envejecer caducan con nosotros, pues la sociedad está presta a delegar a los viejos, a quitarles el derecho a una vida digna, olvidamos nuevamente nuestra obligación hacia ellos.


Una vida plena de derechos sin obligaciones nos conduce a estadios como los que hoy vemos por el mundo, individuos que solo piensan en su beneficio personal por encima de cualquiera que piense diferente, por aquel que no comparta sus inquietudes… ejemplos hay muchos, todos los días los diarios dan cuenta de ello.

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