Derechos sin obligaciones
Raúl Humberto Muñoz
Aragón
Sin lugar a dudas; niños,
jóvenes, adultos, viejos, mujeres, hombres… todos; todos tenemos derechos,
independientemente de condiciones sociales, culturales, religiosas, laborales,
de salud, de género…; son parte fundamental de lo que nos hace seres humanos,
integran la esencia de hombres y mujeres, son inevitables, irrenunciables y es
nuestro compromiso haceros valer, luchar día a día por su respeto; esa es
nuestra primera obligación como individuos, como parte de una colectividad, de
una sociedad en la que se sustentan y se ejercen y nos da la oportunidad de ser.
Pero con los derechos que nos
asisten, que nos dan sustento y fundamento en nuestro ser y hacer, también está
la contraparte, las obligaciones que con ellos vienen. Pues todo individuo,
independientemente de su situación particular, tiene tanto derechos como
obligaciones que van en el sentido y en la magnitud de su condición personal y
evolucionan y se transforman conforme nosotros vamos pasando por los roles y
estatus que la convivencia en sociedad nos impone; pero igualmente son
ineludibles, irrenunciables; no podemos abonar por unos y dejar los otros a la
deriva, o a que sean cubiertos o cumplidos sólo por los otros o por
conveniencia.
Hemos luchado tanto por la
defensa de nuestros derechos, que en tiempo ya suman varios siglos,
remontándose a la Edad Media en sus primeras conceptualizaciones y en
generaciones de derechos humanos ya hablamos de al menos cuatro generaciones en
las que se han abordado desde los derechos fundamentales del ser humanos
ligados al principio de libertad –de ahí el surgimiento de las grandes
libertades individuales– hasta los derechos de los individuos ante las nuevas
tecnologías y la Sociedad del Conocimiento –utópica o no–, pasando por los
derechos económicos, sociales y culturales de la segunda generación vinculada
al principio de igualdad, así como los de la tercera generación que se sustenta
en el principio de fraternidad vinculada en la solidaridad. Pero esta búsqueda
constante, esta lucha por los derechos que nos deben asistir es tal que hemos
dejados u obviado eso que son nuestras obligaciones.
Sin duda ambos elementos,
derechos y obligaciones van juntos, unos deben ser consecuencia de los otros,
la conquista de uno debe ser el resultado de ejercer el otro. Ejemplos hay
muchos; la lucha por el bienestar de los niños, por la satisfacción de todos y
cada uno de sus derechos, por legarles una mejor calidad de vida, está dando
como resultado una generación de niños que sólo saben de los privilegios que
tienen por el simple hecho de ser infantes; dejando de lado el respeto a los
padres, a los mayores, donde la autoridad del profesor –y de cualquiera– se ve
menguada por las rebeldías y caprichos de pequeños harto consentidos; que
exigen, que no saben del uso de palabras tan sencillas como necesarias como lo son “por favor” y “gracias”. Sí, los
niños, tienen obligaciones en casa; ayudar y contribuir en el bienestar del
hogar, su trabajo es estudiar, cumplir con tareas, respetar a los otros.
Jóvenes sin ideología, pues,
algunos han tenido aquello que desean al alcance de un berrinche, donde el
exigir es su tarea principal, donde con la bandera de su individualidad, se
pueden enfrascar en cualquier actividad, licita o no, moral (aunque este pasada
de moda) o no, peligrosa o no… y los padres debe “respetar” su espacio y no
intervenir, aunque los jóvenes aun no tengan todos los elementos para una toma
de decisión fundamentada en pros y contras de aquello que hacen o no. Hoy los padres
de familia tienen miedo a ejercer su obligación plena hacia sus hijos, y les
dejan una libertad sin límites, que sólo conduce a vagar por caminos a veces no
adecuados, a trastabillar sin la certeza del paso andado. Hoy los papás anhelan
con ser los “mejores amigos” de sus hijos, y echan por el caño su
responsabilidad de educar, de formar, de apoyar, de premiar sí, pero de
castigar también; no, los padres son papás y mamás, algo mucho más que amigos.
El uso de nuestros derechos nos
ha llevado, en algunos casos, a decidir por otros. El argumento de decidir por
nuestro propio cuerpo, dejando lado nuestra obligación por velar por la
integridad de los nuevos seres humanos. Derecho que no todos podemos ejercer,
pues pareciera que al envejecer caducan con nosotros, pues la sociedad está
presta a delegar a los viejos, a quitarles el derecho a una vida digna,
olvidamos nuevamente nuestra obligación hacia ellos.
Una vida plena de derechos sin
obligaciones nos conduce a estadios como los que hoy vemos por el mundo,
individuos que solo piensan en su beneficio personal por encima de cualquiera
que piense diferente, por aquel que no comparta sus inquietudes… ejemplos hay
muchos, todos los días los diarios dan cuenta de ello.
ymahr@yahoo,com
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