Una lágrima
Raúl Humberto Muñoz Aragón
Raúl Humberto Muñoz Aragón
A las mujeres que gritan... que cantan... que sueñan
Fue un día largo... Muy largo... Lento en extremo; cada segundo se tomó su tiempo para llegar, sin prisa, sin pausa. Poblado de nostalgias, añoranzas por un pasado que parece ficción leída en alguna mala novela rosa, falsos recuerdos que hoy no pueblan su realidad de cada día, esa que duele hasta el alma.
Se encuentra tendida en la cama, el vestido a la cintura, las medias caen por sus piernas hasta descansar en los tobillos; sus pantaletas cuelga de una de ellas. A oscuras, sobre una colcha raída en sus orillas, deslavada de tanta historia acumulada, de tantos sueños perdidos.
Él, arriba de ella, la penetra desesperadamente, en un burdo coito que no la excita, que no busca excitarla, ayuntamiento carnal que forma parte de la rutina, una rutina en la que ella se ha convertido en receptáculo pasivo de los embates torpes que sólo le suplen a él las masturbaciones de la adolescencia.
Él ha dejado de verla hace ya mucho tiempo, es simplemente un artículo más de su propiedad, que está ahí para usarse, receptor pasivo de todas las frustraciones del día, de la amargura que le abruma.
Una lágrima silenciosa le recorre el rostro. Una lágrima por aquéllos “ayeres” que se le pierden entre la rutina, que busca el camino que le permita sentir, saber de sí, de aquélla que fue algún día, que tenía sueños, que en el anhelo de una familia dejó de lado la vida, su vida.
La tristeza duele profundamente cuando se ha dejado de soñar, y ella ha llegado a este estadio, la sociedad le robó sus sueños, los arrojó al caño de miserias que son su cotidianidad; “loquedebeser” ha carcomido su espíritu, la silencia.
Levantarse temprano, en el mismo momento en que el sol juega con la luna y el cielo se cubre de los colores más cálidos, los mismos que alguna vez le maravillaron; ahora, no tiene tiempo para ello, esos momentos se han perdido en un baúl inexistente; pues, cada día, siempre a la misma hora, preparándose para vivir la vida de otros, de aquellos “otros” que son su carne y su sangre, su “amor”, inicia el camino de las mismas cosas de siempre, de cada día. No se queja, aprendió en su niñez a no hacerlo y hoy no sabe que puede gritar, que tiene derecho a gritar, a decir basta, a decir quiero.
Esta lágrima es su último grito, la rebeldía final. Es una lágrima que quiere vivir, que le dispara al corazón en busca de sí.
Ayer, varios “ayeres”, tantos que le han construido la vida; si esto es vida, por cierto; su madre le enseñó los “deberes” que toda “mujercita” ha de cumplir...
Servir, servir, servir, servir siempre, sin bonificación, en silencio, siempre dispuesta, presta a cada deseo de los “otros”.
Hoy, su hijo mayor le gritó y la abofeteó por primera vez, no pudo reaccionar, no supo cómo; los recuerdos se le agolparon, su “deberes”, sus “obligaciones”; los trece años de su vástago le han enfrentado otra vez a eso de servir; de servir y callar.
Eyacula... Un sonido gutural es el único que tiene para ella, los espermas son el único lubricante en su vagina. Por fin, el dolor producido por la fricción cesa. Él se levanta y sin ningún miramiento se limpia en la colcha, harta de tanto vivir la misma historia, donde el amor, si lo hubo, se ha ido ya.
Calla, una lágrima solitaria se seca en su mejilla...
Su pecado... ser mujer; y he aquí la paradoja más absurda de la vida, pues pareciera que al poder parir ha perdido el derecho a una vida digna.
Hay mujeres que callan, que dejan su vida de lado, en algún rincón de su casa, y cuando la buscan, a veces, no la encuentran y callan, callan pues no saben que también tienen la voz, las palabras, el derecho; y esto se torna en la primera agresión, la mayor, la más terrible.
La violencia se alimenta del silencio, en él inicia; en los sueños perdidos, en esas lágrimas que apuñalan el corazón, en ese “asíeslavida”, en las “cualidades” de toda “mujercita”.
La primera agresión es callar, es no saber decir no, no decir basta, no decir quiero.
Él, arriba de ella, la penetra desesperadamente, en un burdo coito que no la excita, que no busca excitarla, ayuntamiento carnal que forma parte de la rutina, una rutina en la que ella se ha convertido en receptáculo pasivo de los embates torpes que sólo le suplen a él las masturbaciones de la adolescencia.
Él ha dejado de verla hace ya mucho tiempo, es simplemente un artículo más de su propiedad, que está ahí para usarse, receptor pasivo de todas las frustraciones del día, de la amargura que le abruma.
Una lágrima silenciosa le recorre el rostro. Una lágrima por aquéllos “ayeres” que se le pierden entre la rutina, que busca el camino que le permita sentir, saber de sí, de aquélla que fue algún día, que tenía sueños, que en el anhelo de una familia dejó de lado la vida, su vida.
La tristeza duele profundamente cuando se ha dejado de soñar, y ella ha llegado a este estadio, la sociedad le robó sus sueños, los arrojó al caño de miserias que son su cotidianidad; “loquedebeser” ha carcomido su espíritu, la silencia.
Levantarse temprano, en el mismo momento en que el sol juega con la luna y el cielo se cubre de los colores más cálidos, los mismos que alguna vez le maravillaron; ahora, no tiene tiempo para ello, esos momentos se han perdido en un baúl inexistente; pues, cada día, siempre a la misma hora, preparándose para vivir la vida de otros, de aquellos “otros” que son su carne y su sangre, su “amor”, inicia el camino de las mismas cosas de siempre, de cada día. No se queja, aprendió en su niñez a no hacerlo y hoy no sabe que puede gritar, que tiene derecho a gritar, a decir basta, a decir quiero.
Esta lágrima es su último grito, la rebeldía final. Es una lágrima que quiere vivir, que le dispara al corazón en busca de sí.
Ayer, varios “ayeres”, tantos que le han construido la vida; si esto es vida, por cierto; su madre le enseñó los “deberes” que toda “mujercita” ha de cumplir...
Servir, servir, servir, servir siempre, sin bonificación, en silencio, siempre dispuesta, presta a cada deseo de los “otros”.
Hoy, su hijo mayor le gritó y la abofeteó por primera vez, no pudo reaccionar, no supo cómo; los recuerdos se le agolparon, su “deberes”, sus “obligaciones”; los trece años de su vástago le han enfrentado otra vez a eso de servir; de servir y callar.
Eyacula... Un sonido gutural es el único que tiene para ella, los espermas son el único lubricante en su vagina. Por fin, el dolor producido por la fricción cesa. Él se levanta y sin ningún miramiento se limpia en la colcha, harta de tanto vivir la misma historia, donde el amor, si lo hubo, se ha ido ya.
Calla, una lágrima solitaria se seca en su mejilla...
Su pecado... ser mujer; y he aquí la paradoja más absurda de la vida, pues pareciera que al poder parir ha perdido el derecho a una vida digna.
Hay mujeres que callan, que dejan su vida de lado, en algún rincón de su casa, y cuando la buscan, a veces, no la encuentran y callan, callan pues no saben que también tienen la voz, las palabras, el derecho; y esto se torna en la primera agresión, la mayor, la más terrible.
La violencia se alimenta del silencio, en él inicia; en los sueños perdidos, en esas lágrimas que apuñalan el corazón, en ese “asíeslavida”, en las “cualidades” de toda “mujercita”.
La primera agresión es callar, es no saber decir no, no decir basta, no decir quiero.
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