¡Qué lástima!
Raúl Humberto Muñoz Aragón
¡Qué lástima!... ¡Qué lástima que tengamos necesidad de inventar días que nos recuerden a los otros!, ¡Qué lástima que tengamos a esos “otros” tan lejanos de nosotros!, ¡Qué lástima que haya prójimos de primera y de segunda!, ¡Qué lástima que teniendo tantos posibles nos conformemos en este de hoy!, ¡Qué lástima con tanta lástima que lastima!
Ocurre que teniendo tanta historia por contar hemos perdido la capacidad de hacerlo, dedicándonos a conservar sólo algunos mitos que de tan rancios ya apestan nuestra identidad. Hemos hecho de los “andares” que nos antecedieron un triste remedo de realidad que hoy nos conduce a inventar días para recordar a los “otros”, aquellos que no han tenido −algunos aún, otros nunca− o han perdido ya el privilegio de estar en el punto de predominio de las escalas sociales.
Hoy tenemos un día para aquellos olvidados −no los de Buñuel… o más precisamente no sólo los de Buñuel− así la madre, la mujer, el abuelo, el niño tienen su día… incluso el padre lo tiene, aunque a veces es quien menos se ocupa de los hijos… un momento para recordarlos, para rendirles pleitesía, ya que la soberbia del hombre es tal que puede ser magnánimo y dejarles uno que otro día del año, que al cabo de todos modos nos han de quedar más de trescientos para nuestro propio gozo.
Cada ocho de marzo, por citar un ejemplo, el mundo entero se da cuenta de que existe un ser invisible los otros 364 días, un ser que sólo es perceptible por todo aquello que nos puede dar, aquello que le exigimos, concediéndoles el privilegio de servirnos. La mujer… ese ser incompleto “que aún no acaba de ser” diría la entrañable poetisa Aliade Fopa, aquel que según algunos nace de un costado, de huesos y de carne de barro es la protagonista de un día, un día en que los hombres se llenan la boca para hablar de equidad, igualdad, derechos que suenan tan huecos, vacíos de tanto usarlos.
¡Qué lástima que necesitemos de esos días para saber del otro!, tristeza infinita, pues después de cantar loas a la mujer, al final del día, cuando los reflectores se han apagado, todo siga igual, sin aprendizaje alguno, pues ella deja su protagonismo de un día para volver a la fila de los “otros”, aquellos “prójimos” nuestros tan lejanos.
El hombre vive de paradojas, absurdos terribles que se inventa día a día para engañar o expiar las culpas de su sentido de omnipotencia… y esto es una lástima que lastima profundamente, que echa raíces en lo más profundo de nuestras inseguridades.
No tendremos jamás una sociedad justa en cuanto tengamos necesidad de inventar días para los “otros”, si hemos de crear leyes que los protejan de nuestros abusos.
¡Qué lástima que habiendo tantos caminos por andar, hemos de conformarnos con el transito por una medianía que nos impide ver la grandeza de aquellos “otros”!, grandeza de tal calibre que no nos empequeñece, sino que nos fortalece…
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