HAY TEXTOS QUE DUELEN - Raúl Humberto Muñoz Aragón
Hay textos que duelen... duele escribirlos, pensarlos; incluso, duele imaginarlos. Tocan de manera punzante la esencia que nos define como seres humanos, nos hieren sin compasión. Imágenes mentales que, producto de una realidad brutal, impactan en nuestro espíritu, producto de la complejidad desbordante de la sociedad actual, ésa, donde concurren innumerables situaciones, pero que la razón no encuentra nada que la justifique, nada que amaine el dolor producido.
Los adultos tenemos la gran responsabilidad de velar y garantizar la adecuada formación de los más jóvenes, niños y adolescentes que se encuentran arrojados a un mundo cada vez más complicado, envueltos, como todos, en un ritmo tan acelerado que nos impulsa a actuar sin pensar, dejando de lado el ser haciéndonos inmunes al dolor, a la sorpresa, a la indignación. La violencia cotidiana insensibiliza, hace que aquello que alguna vez era intolerable se convierta en un aspecto más del día a día, como si de una parte más de la decoración se tratara. Nuestra responsabilidad es encontrar en todo este "caos" el ritmo que armonice el desarrollo y la formación de los adultos del mañana, los cuales deben estar sustentados en un crecimiento integral, seguro, que les proporcione todos los elementos para crecer de la mejor manera posible.
En esta búsqueda, hemos de estar todos involucrados, hombres y mujeres, padres de familia, profesores, religiosos, políticos. La encomienda es sencilla, el camino es muy complejo: encontrar aquello que garantice o al menos que posibilite hacer de nuestros hijos, hombres y mujeres de bien, que cada uno de ellos tenga lo que cada uno requiere para su bienestar, ser y hacer, justicia. Una justicia sustentada en valores vivos, en que la libertad, tolerancia, respeto, belleza y democracia, entre otros, se conviertan en una realidad vívida, en cotidianidad.
Pero hoy pareciera que la búsqueda de ese bienestar se ha trastocado; esos adultos responsables de la formación de la sociedad y cultura que les precederá son harto irresponsables, se encuentran perdidos en un mundo que los rebasa, que no han sabido vivir, en que las responsabilidades se olvidan, se evaden, se delegan ad infinitum.
Esos que han de garantizar la vida armónica, libre, sana de los niños de hoy, se han convertido en sus verdugos. Padres de familia que violan a sus hijos, no importa si sólo tienen cinco meses de vida o si acumulan ya varios años siendo esclavizados, utilizados y vejados. Madres a las que les resulta más fácil atar a sus hijos de pies y manos, encadenarlos "por su propio bien", que dejar de acudir a alguna clase de cocina. Esto de asumir la responsabilidad es "tan difícil e injusto". Vivimos un hedonismo inconsciente, sin sentido, incongruente, pues el ansia por sentir placer bloquea cualquier posibilidad de sentirlo, la violencia en la cotidianidad máxima.
Sacerdotes, ministros, representantes de Dios en el mundo que practican la pedofilia amparados en su poder, en una autoridad "moral", que se escudan en la debilidad humana para justificar su hacer y demandan obediencia y silencio, ocasionando daños irreparables y para quienes la justicia no tiene los arrestos y tamaños necesarios. El mayor anhelo del ser humano es la búsqueda de su trascendencia, encontrar el sentido para su vida, el encuentro con ese ser supremo… entonces, ante tal paradoja, se manifiesta lo aberrante del abuso que miles de niños y adolescentes en el mundo sufren o han sufrido de manos de aquéllos que habrían de ser guías y se tornan en victimarios intocables.
Que quede claro, la pedofilia no es exclusiva de una casta u orden sacerdotal, sea cual fuere su creencia. Se encuentra en el hogar, en la escuela, en la iglesia, hecha por padres de familia, profesores, políticos, por hombres y mujeres, por aquéllos que han de velar por una vida digna para los menores de la sociedad, que no por su minoría de edad se implica la exclusión de derechos y libertades, esto a pesar de que en la realidad pareciera lo contrario.
No hay país, religión, cultura, educación, estatus social que esté libre de este terrible hecho, cada sociedad crea sus fantasmas, tabúes que alimentan acciones y omisiones, que impulsan a cometer los hechos más aberrantes, donde la pedofilia se enseñorea y camina con una aparente libertad que abruma, que desconcierta, inmersa en un poder económico, político y social. Encontrar las razones de que ocurra es muy complejo.
Sí, escribir duele y a veces mucho… pero callar duele más. El silencio mata, destruye, trunca posibilidades, cancela futuros, no da posibilidad a encontrar soluciones, no argumenta, no defiende, no cuestiona, sólo crece y lo envuelve todo en una esfera invisible donde todo continúa una y otra vez. El silencio debilita, limita, ahoga. El silencio es la primera agresión.
http://www.elsiglodetorreon.com.mx/noticia/999728.imagenes.html
No hay comentarios:
Publicar un comentario