SUEÑOS DE LIBERTAD/Raúl Humberto Muñoz Aragón
He recorrido las calles de Florencia en incontables ocasiones; a veces, con toda tranquilidad y calma, disfrutando cada espacio, prolongando al máximo cada momento, inmerso en sus detalles, envuelto en sus olores; otras, por el contrario, presuroso, abrumado por sus historias, por las intrigas que también están ahí presentes, por su grandeza, angustiado; la he recorrido con miedo, asustado, agitado, con asombro y sorpresa, pero también en paz, con la emoción con que nos envuelve su presencia, enamorado de la mano de mi mujer.
En sus plazas, he presenciado la fuerza de las palabras, las ideas y el talento de Leonardo y Miguel Ángel, compartido sus debates; he acompañado al enorme Dante Alighieri, me he emborrachado con Giovanni Boccaccio contando historias "non sanctas" hasta altas horas de la noche, riéndonos del clero y de los poderosos y divinizando la Comedia, retándonos a seguir los pasos de Dante en su mítico viaje, cada uno con su Beatriz personal.
He sido testigo presencial de la evolución de la ciudad, amándola y temiéndole, pero siempre anhelando sentarme frente al David y brindar por su creador, el mismo que me embelesó en la Sixtina, inmerso en la fuerza del Juicio Final, con un Caronte ansioso por transportarnos de un lado al otro de la barrera entre éste y el otro mundo que es el río Aqueronte.
En el viaje de mi vida he encontrado, padecido y compartido la angustia e incertidumbre de Josef K., que en medio de un aparato burocrático y coercitivo ve cómo su vida se trastoca sin sentido, sin razón alguna, igual que le ocurre, aunque en otro sentido, a Gregor Samsa; el primero, un gerente bancario, el segundo, un comerciante de telas que tras una vida anodina ésta los devora y los arroja a una plena de fantasía donde la sorpresa los acosa conforme pasan los segundos.
En mi camino, me he topado con personajes de lo más disímbolos, desde el "divino" Marqués que alimenta sueños húmedos en la adolescencia (y la madurez también) hasta dictadores y luchadores enemigos de molinos, encontrando toda la gama de sentimientos y emociones que el alma necesita, desde participar como buscador en un partido de Quidditch, hasta ser testigo en una banca sucia en algún parque de Checoslovaquia del inicio por la vida de Jaromil o escuchar las disertaciones e historias de Goggins, quien me fascinó hasta la idolatría, sin olvidar a Cartaphilus, ese judío que odia serlo y que navega en uno de los muchos libros olvidados, valga la paradoja si la hay.
Al lado de Juan Preciado, recorrí la mente y corazón del mundo, cautivando la imaginación de todos aquéllos que fueron testigos, entre ellos, de Carlos Fuentes, García Márquez o Borges, que quedaron tan maravillados con este emblemático viaje a Comala como cualquiera que lo haya vivido, una historia de vida equiparable con el paso que por Dublín realizó Leopold Bloom.
Alguna vez, en todo este trayecto, conocí a Ana Fernández, dueña de una vida no vivida como muchos hombres y mujeres encerrados en la cotidianidad, tan ajenos a la realidad como aquel borracho del tercer planeta que bebía para olvidar la vergüenza de ser borracho, o ese hombre de negocios tan "poposo" que por contar estrellas en su afán de poseerlas se perdía de la magia que en ellas hay. Mi encuentro con Ana fue fortuito, pero maravilloso, pues llegué en el justo instante en que los sueños se apoderaron de su vida y le dieron sentido, a pesar de los desaguisados familiares que esto ocasionó.
Creo como Umberto Eco que hay que darle oportunidad a la infancia a jugar sus guerras con la dignidad que una pistola de agua puede darnos, con el soporte de soldados de plomo o de plástico, da igual; claro, con Santo y Blue Demon de nuestro lado. Creo firmemente que la libertad se construye en el aprendizaje, a través de las ideas y los sueños que nos anteceden y que sin duda nos precederán soñados e ideados por nosotros mismos; que los molinos de viento están ahí para enseñarnos que no son invencibles, que siempre estará Penélope esperando por nosotros.
Hoy, la violencia en México está en boga, no sólo asaltos o homicidios, también hay un gobierno engolosinado en el poder, políticos que mienten aberrantemente, que cambian sus convicciones e ideologías como si de calcetines se tratara; una violencia que es alimentada por una ignorancia pantagruélica de aquéllos que tendrían la obligación de guiar los destinos del país.
Sin duda, el arte es un buen camino para cambiar el medio por el cual la violencia puede desaparecer, donde soñar con la libertad sea redundante. El arte nos puede llevar a la Florencia de nuestros sueños.
Imágenes / jueves 12 de jun 2014, 9:40am / EL SIGLO DE TORREÓN
http://www.elsiglodetorreon.com.mx/noticia/1005097.imagenes.html
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