Imágenes/ El infierno es amor
Raúl Humberto Muñoz Aragón
A Óscar Chávez… gigante entre gigantes.
“…el infierno es amor tan eterno, el infierno es amor…” mágica conjunción de palabras que nos habla del México que nos rodea, que nos compone, que nos conforma y define. Canción emblemática de un siglo XX tan pleno de música como ha sido una constante en este País nuestro compuesto por canciones, por sonidos y silencios, por múltiples voces que desnudan el alma, que son el espíritu mismo de una Nación plena en diversidad y que aún se encuentra en pañales en el concurso de las naciones.
En esta canción de Óscar Chávez se cumplen a cabalidad las palabras de Manuel Machado, esas que dicen que “Hasta que el pueblo las canta, || las coplas, coplas no son, || y cuando las canta el pueblo, || ya nadie sabe el autor.” Y ocurre que a veces el pueblo las hace tan suyas que se toma algunas licencias que solo contribuyen al engrandecimiento del autor. Esto ocurre en “Por ti”, nombre con el que a final de cuentas se conoce a “El infierno es amor” quizá una de las canciones más bellas en esta historia nuestra, pues a fin de cuentas el mexicano canta, y lo hace siempre. Desde nacer la música se torna en una compañera permanente, en sus nanas nos llevan a los sueños haciéndonos uno con la voz de mamá y nunca dejará de acompañarnos durante la vida y al partir, en el ocaso, siempre habrá unas notas que nos lleven allende la vida.
Vida que se compone de canciones, de música que nutre los sentidos, que alimenta alma y espíritu con fragmentos de nuestra historia. Amor, odio, alegría, tristeza, añoranza, júbilo; bienvenidas y despedidas; adioses, desamores, sueños, quimeras, utopías; todo cabe. Con tequila, con tierra húmeda, con atardeceres y sin ellos; todo y nada juegan en el ritmo de una canción camino a un corazón.
Vida y muerte en sincronía con el caos nuestro de cada día, mismo que le da sentido al quehacer diario, convirtiendo los colores del arcoíris en monocromías que traen siempre los sueños de ayer; transforma los grises en danza multicolor que hace bailar a los sentidos en la letra de una canción ha de llevarnos al hogar, a la casa donde inició este camino que a veces cansa. Con la música encontramos nuevamente las rebeldías que en la adolescencia nos hicieron saber que siempre hay un compromiso con los otros, con aquéllos que comparten nuestro mundo, nuestro tiempo.
Una melodía nos trae el amor que nos inicia nuevamente a la vida; nos regala una lágrima que nos remonta a una canción que se torna en una dulce amargura que fortalece el corazón, que nos regala la presencia y la ausencia del mar, del cielo, donde la amargura nos sigue y la seguimos, donde estar muerto de amor se convierte en una canción que nos arrastra a la vida.
Una canción es un camino para encontrarnos nuevamente, para coincidir en este andar haciendo que la nostalgia se convierta en poesía que al cantarla nos trae de regreso a ese que fuimos algún día. Es un grito al infinito que nos trasciende, es nuestra herencia más preciada, el mejor legado que hemos de hacer. El canto es la voz del espíritu con el que encontramos a Dios y al diablo.
Es la voz de un pueblo donde se encuentran las coplas que le impulsan a luchar, a luchar siempre. Voz que retumba en la historia de cada nación, que nos personaliza, que nos da la identidad que es nuestra presentación ante todos “ellos”, los “ellos” del mundo que también nos cantan, construyendo réplicas que dan el ritmo a cada tiempo.
La vida corre en el ritmo de un danzón, en el lamento de un canto cardenche, con la pasión de un mariachi, en el desgarro de un tango, en el júbilo de una tarantela. Es la sinfonía del Universo, esa que inició en un remoto Big Bang hacedor de todo lo visible e invisible.
Y en este quehacer musical, en este canto a la vida y de la vida, se encuentra y destaca uno de los grandes gigantes de la música mexicana y universal, Óscar Chávez, cantor, actor, compositor y Caifán de caifanes; “El Estilos” de aquella película en la que Julissa, Enrique Álvarez Félix, Sergio Jiménez, Ernesto Gómez Cruz y Eduardo López Rojas nos llevan por las calles de la Ciudad de México, que entre música y poesía nos retrata la vida nocturna de la Capital Mexicana, filme que este año cumple sus primeros cincuenta años; trovador que es capaz de andar “fuera del mundo” como nadie antes, buscando, encontrando y llevando querencias, recordándonos de aquella que murió de amor. Haciendo que la vida sea más grata y plena en compañía de sus canciones y su voz.
Que sin duda Violeta Parra, en ese Allá donde se encuentre, hoy canta “gracias a la vida por Óscar Chávez”.
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