martes, 31 de agosto de 2010

Conversando con difuntos

Conversando con difuntos

Raúl Humberto Muñoz Aragón

He sido tantos… en cada momento siempre uno, a veces tan diferente que apenas logro reconocerme en la suma de cada uno de ellos que hoy soy, encuentro de “ayeres” y “mañanas” posibles.

Suma de “ayeres” y “mañanas” unidos en este “hoy” de cada día, único, verdadero. Encuentro de múltiples ideas, pensamientos; incontables sueños, emociones y sensaciones; demasiados anhelos que hoy no anhelan lo mismo que cuando fueron; sentimientos que siente diferente cada día. Múltiples mundos con arquetipos, protagonistas y antagonistas siempre nuevos. Historia compuesta de instantes muchas veces inadvertidos, pero que igualmente me construyen, me forman y me definen.

Son todos esos que he sido, que pude haber sido, aquellos que seré junto con los que jamás podré ser los que dibujan ideas con este conjunto de líneas en un papel (signos que se permutan por obra y gracia de la cibernética de hoy en impulsos eléctricos, voltajes y no voltajes) que hablan de aquello que suele ser, o solía ser este espíritu humano. Esencia que permuta constantemente gracias a la suma de cada uno de aquellos que han transitado por este mundo, condenados a una búsqueda infinita, imposible de alcanzar, afanados en asir con un pensamiento finito el infinito, el soñar con tantos aquellos posibles, ver nuestros sueños. La insaciable necesidad de conocer, de saber, de entender y comprender cada todo, cada nada, cada sino que nos lleva a un viaje entre realidades y abstracciones que pueblan cada momento de nuestra andar por esta gran roca que flota en el espacio. Flujo continuo de impulsos eléctricos que crean en nuestro cerebro las ideas con las que hoy llenamos cada rincón de nuestro mundo.

Trozos de papel en la búsqueda de su lector, aquel que reviva lo en ella escrito y al hacerlo me de la oportunidad de estar nuevamente, discutiendo las mismas inquietudes que hoy me abruman, me emocionan, me entusiasman; comentando las dudas, las preguntas que buscan siempre su respuesta; contando mi interpretación de los sueños que todos hemos tenido, aquellos que a veces duelen, que impulsan, que en ocasiones nos dibujan una sonrisa en el rostro, la misma que ha iluminado a hombres y mujeres a lo largo de nuestra historia, una historia de algunos miles de años, quizá siete millones de años o cuatro mil ¡qué importa!, que a fin de cuentas es el viaje de la vida y de la cual sólo somos un eslabón, y nuestro trabajo es quizá el de cronistas de esta maravillosa aventura. Logrando con ello la posibilidad de entablar nuevos diálogos, charlar con “no nacidos” como en algún momento me ha permitido hablar con los “no vivos”, pero al hacerlo nos encontramos en este discurso infinito que es la vida, una charla amena entre especies, he ahí la maravilla ya que ha sido escrita para todos y cada uno de los seres vivos, que hay que dejar clara constancia que no sólo se trata de este que hoy somos, a pesar de la enorme soberbia nuestra que nos lleva a pensarnos en el culmen de esta historia sin fin.

Cada sociedad y cultura antes, hoy y mañana han de asumir esta responsabilidad, participar armónicamente en esta “danza” interminable.

En este diálogo personal que ha sido mi vida (siempre dentro del gran teatro de la vida) he tenido la oportunidad de charlar con ideas que orientan, que nos llevan a la reflexión; en uno de esos momentos me encontré con Francisco de Quevedo y Villegas así sin el don, que la intimidad a la que ha llegado nuestras conversaciones me permite hacerlo (1580-1645), y tomando una copa de vino, iniciamos una conversación en torno a estas ideas “mías” y en este sentido, me contó de uno de sus encuentros personales que derivó en un soneto que escribió en relación a la lectura de los recién redescubiertos clásicos donde elaboró la expresión “conversar con los difuntos”, seguido de su comentario, lo recordó:

“Retirado en la paz de estos desiertos,

con pocos, pero doctos libros juntos,

vivo en conversación con los difuntos,

y escucho con mis ojos a los muertos.

“Si no siempre entendidos, siempre abiertos,

o enmiendan, o fecundan mis asuntos;

y en músicos callados contrapuntos

al sueño de la vida hablan despiertos.

“Las grandes almas que la muerte ausenta,

de injurias de los años vengadora,

libra, ¡oh gran don Joseph!, docta la imprenta.

“En fuga irrevocable huye la hora;

pero aquélla el mejor cálculo cuenta,

que en la lección y estudios nos mejora.” (Quevedo)

En este soneto Quevedo deja de manifiesto la importancia de la cultura escrita, la cual en ese tiempo ha recibido el impulso creativo de Johannes Gutemberg con la invención de la imprenta tipográfica. La cultura escrita se torna entonces como preservadora del conocimiento y hace posible el diálogo con el pasado, dando así inicio a la “popularización” del conocimiento, permitiendo a segmentos más grandes de la sociedad la posibilidad de contar con textos escritos accesibles que le dieron un gran impulso al desarrollo del conocimiento.

Este trozo de papel manchado con las ideas de quien esto escribe es la contribución a este gran lector que somos, que es menester indispensable de nuestra especie, “Cronistas de la Aventura de la Vida” oficio que para realizarlo hemos de cultivar constantemente, leer, leer, leer siempre; aún hoy en que los libros esta compuestos por hojas de “bytes”, que sólo baste recordar que ayer eran barro, madera, papiro, piel, bronce, pergamino, papel… sucesión de vehículos que han dado soporte al “decir”.

Todos los seres vivos han de leer, es indispensable para la vida, pues el mundo es el gran libro que debe ser leído, en el se encuentran los motivos, razones para ser y estar, en él se encuentran los grandes secretos que necesitamos y es menester desvelar.

Así en un tiempo aún perdido en el ayer, un primer protohomínido dio el primer paso a nosotros, iniciando con ello el camino hacia el gran lector, gestación que duró varios millones de años.

Es en este momento en que la lectura se potencializa, alcanzando grandes cotas del saber, impulsando un crecimiento exponencial del mismo, de hombres y mujeres. Estas “conversaciones con difuntos” han permitido que el conocimiento fluya en múltiples sentidos y direcciones proporcionando las bases de las diferentes culturas y sociedades.

La lectura tiene un sentido importante en el desarrollo de las sociedades, es un medio eficiente para la difusión de la cultura y logra un tránsito adecuado del conocimiento, esto la convierte en un elemento de importancia para cualquier individuo, independientemente del área del conocimiento en el que se desempeñe.

Somos parte de una sinfonía que narra día a día hechos que nos unen inevitablemente, dando sentido e impulso a cada paso, permitiéndonos alcanzar en esta suma derroteros siempre nuevos.

¡Qué terrible sería una vida infinita!… tanto como la condena a esta finitud nuestra de cada día. Vivir, vivir siempre, dando inevitablemente vueltas en círculos ilimitados pero finitos, donde tarde o temprano el hartazgo se hace presente, un “eterno retorno” insoportable que gritaría a la cara la “levedad de ser” que compartimos “finitos” e “infinitos” (que habría que ver al otrora orgulloso Zeus, que hoy se encuentra en la medianía del olvido, en un panteón que ha sido abandonado, olvidado; donde en las ocasiones en que es recordado sólo es para ser una caricatura del que fue en un tiempo. Hoy condenado a su inmortalidad, a la desesperación de no tener nada más por aprender, hastiado de saber, y he ahí que nosotros, en nuestra siempre presente ignorancia, salimos ganando, donde cualquier camino nos puede llevar a un nuevo estadio).

He ahí la maravilla de este afán nuestro por leer, este oficio de “Cronistas” de un mundo siempre sorprendente, donde un trozo de papel siempre tiene cabida. Sin lugar a dudas seremos lectores siempre, es nuestro destino, sino que no ha de dejarse de lado, pues en él y por él somos, tantos como nuestro afán conquiste.

ymahr@yahoo.com

Soledades 2

Raúl Humberto Muñoz Aragón

…hoy viene a mi la damisela soledad…

Silvio Rodríguez

La vida está poblada de soledades, entre los más de seis mil millones de habitantes que horadan cada día la superficie de este plante hay una gran cantidad de soledad… es el momento en que el ser humano se encuentra consigo, haciendo de este encuentro maravilla y esto a pesar de su hacer por la vida, a pesar de la sordidez a la que puede llegar.

Y… al ser la soledad la primera amante del ser humano, hombres y mujeres se arrojaron a sus brazos (esto ocurrió en un tiempo perdido en la memoria más remota de este homo sapiens) en un abrazo infinito, constante, apasionado, continuo, interminable… y he aquí que en él, en este entrañable encuentro entre ese ancestro nuestro y la “damisela soledad”, encontramos lo otro, a los otros, a tanto aquéllos que en nuestro derredor hay, a todas y cada una de las maravillas que el mundo tiene para nuestro deleite… pero el primer encuentro, el más extraordinario de todos, es el que tenemos con nosotros mismos, el cual nos ha de llevar a todos los demás.

Encuentros en soledad, en esa soledad que al enfrentarnos con lo que somos nos permite tener conciencia de nuestro andar por la vida, ese insondable misterio que es la vida y que aún no alcanzamos a comprender en toda su magnificencia.

La soledad nos ha permitido tantos encuentros que uno de sus legados máximos es nuestro distintivo entre las especies vivientes, don y castigo, premio y tormento… la inteligencia, esa que alimenta a borbotones el espíritu, que hace posible el culto a lo bello y lo grotesco, donde cualquier maravilla es posible, donde cualquier horror es igualmente posible, una inteligencia que a su vez creó ignorancia y conocimiento, diálogo del ser-hacer de todo hombre y mujer que han sido.

El mundo está tan lleno de soledades que inventó su antípoda, una suma de soledades que hace que la vida valga pena de ser vivida, que al rendirnos a este encuentro máximo multipliquemos estas soledades y con ello llenemos de una nueva mirada la cotidianidad.

El encuentro máximo que la soledad nos lega para andar en el mundo es el encuentro de dos soledades que se tornan en maravilla pura… el amor, abandono pleno, soledad máxima que fusiona alma y espíritu de dos seres pensados y creados por la vida para su propia subsistencia, permanencia; fusión que transporta a la soledad perfecta, aquella en que estas tan lleno del otro ideal para ti, haciendo de este andar juntos por espacio y tiempo un “viaje mágico y misterioso” que nos lleva entre polvo de estrellas, el mismo polvo que compone cada átomo que nos pertenece y le pertenece.

Suma de soledades que compensa el nacer y el morir nuestro en la misma soledad.

ymahr@yahoo.com

Y ¿si…?

Y ¿si…?

Raúl Humberto Muñoz Aragón

Y… ¿Si la materia si se puede crear de la nada?, ¿Cómo encontrar congruencia entre el Principio de Conservación de la Materia y el Principio de Incertidumbre de Heisenberg?, Y ¿Si nuestro universo es la muestra de ello, de que de la nada se puede crear el todo? Y ¿Si en el destiempo hay una nada creadora de todo, una nada que sólo esperaba su Big Bang para iniciar la odisea de nuestra especie? Y ¿Sí somos sólo un sueño que alguien sueña?... Y ¿Si el tiempo nos sueña?

Tenía tantos “Y ¿Si…?” en su cabeza que inició un largo trayecto en la búsqueda de aquello que le diera respuestas, el “mundo de las ideas” había dejado de ser una “realidad” que le sustentara hace ya muchos años, pues los derroteros en que el conocimiento ha andado son tan diversos, disímbolos y en apariencia contradictorios que ha generado en él la necesidad de saber; una necesidad imperiosas, dolorosa por los momentos en que su finitud se torna en el peor lastre, pues el tiempo le agobiaba… y entonces sigue preguntando…

Y… ¿Si el tiempo es sólo una abstracción creada para justificar nuestra estadía en esta “realidad” que inventamos día a día? Y ¿Si al inventarnos lo inventamos?... Y ¿Si sólo es una idea para explicar la sucesión de “ocurrencias”, esas que al ocurrir nos crean y transforman? Y ¿si sólo es esa abstracción?, ¿podemos burlar esta finitud a la que estamos condenados por ella?... entonces, decidió que así sería y lo dejó de lado, pues el tiempo estorba para el proyecto que había pensado para sí, su razón de ser era sólo uno, buscar respuestas, todas y para ello se convirtió en el mejor “hacedor” de preguntas.

No tuvo tiempo ni siquiera para morir; eran tantas las dudas, tantas la pregunta que iba acumulando día a día que cuando la muerte tocó a su puerta, se encontraba inmerso en una elucubración más de los enormes dilemas que acumulaban día a día, ello le impidió oírla, y la dejó esperando… tanto que de hartazgo se olvidó que iba por él.

Su camino desde entonces ha sido arduo, poco a poco su mente ha ido desvelando cada misterio, al hacerlo inevitablemente surgen varios más por cada uno de ellos…, pero su perseverancia no tiene límite, su interés es saber, saber cada día más, llevando al límite la capacidad de hacerlo.

…Así, en un momento perdido en el futuro más lejano, tanto que el tiempo no lo ha podido alcanzar, se levanta de su viejo escritorio −que es el último vestigio de aquel que un día fue− con la satisfacción de por fin haber agotado todos los “Y ¿Si? Que pudo imaginar, que todos los que le antecedieron pudieron siquiera pensar; habiendo vencido la finitud que envolvió a hombres y mujeres, nunca se dio cuenta que había “quedadose” solo; no había ya quien escuchara la historia de todo, no había ya nadie para escuchar las respuestas que hoy tenía a cualquier pregunta.

Al saberlo todo por fin había perdido la oportunidad de saber que hay tras esto que llamamos vida, el tiempo se había agotado ya que no había más tiempo para morir, al alcanzar la inmortalidad, perdió la última respuesta.

ymahr@yahoo.com

miércoles, 11 de agosto de 2010

¡Qué lástima!

¡Qué lástima!

Raúl Humberto Muñoz Aragón

¡Qué lástima!... ¡Qué lástima que tengamos necesidad de inventar días que nos recuerden a los otros!, ¡Qué lástima que tengamos a esos “otros” tan lejanos de nosotros!, ¡Qué lástima que haya prójimos de primera y de segunda!, ¡Qué lástima que teniendo tantos posibles nos conformemos en este de hoy!, ¡Qué lástima con tanta lástima que lastima!

Ocurre que teniendo tanta historia por contar hemos perdido la capacidad de hacerlo, dedicándonos a conservar sólo algunos mitos que de tan rancios ya apestan nuestra identidad. Hemos hecho de los “andares” que nos antecedieron un triste remedo de realidad que hoy nos conduce a inventar días para recordar a los “otros”, aquellos que no han tenido −algunos aún, otros nunca− o han perdido ya el privilegio de estar en el punto de predominio de las escalas sociales.

Hoy tenemos un día para aquellos olvidados −no los de Buñuel… o más precisamente no sólo los de Buñuel− así la madre, la mujer, el abuelo, el niño tienen su día… incluso el padre lo tiene, aunque a veces es quien menos se ocupa de los hijos… un momento para recordarlos, para rendirles pleitesía, ya que la soberbia del hombre es tal que puede ser magnánimo y dejarles uno que otro día del año, que al cabo de todos modos nos han de quedar más de trescientos para nuestro propio gozo.

Cada ocho de marzo, por citar un ejemplo, el mundo entero se da cuenta de que existe un ser invisible los otros 364 días, un ser que sólo es perceptible por todo aquello que nos puede dar, aquello que le exigimos, concediéndoles el privilegio de servirnos. La mujer… ese ser incompleto “que aún no acaba de ser” diría la entrañable poetisa Aliade Fopa, aquel que según algunos nace de un costado, de huesos y de carne de barro es la protagonista de un día, un día en que los hombres se llenan la boca para hablar de equidad, igualdad, derechos que suenan tan huecos, vacíos de tanto usarlos.

¡Qué lástima que necesitemos de esos días para saber del otro!, tristeza infinita, pues después de cantar loas a la mujer, al final del día, cuando los reflectores se han apagado, todo siga igual, sin aprendizaje alguno, pues ella deja su protagonismo de un día para volver a la fila de los “otros”, aquellos “prójimos” nuestros tan lejanos.

El hombre vive de paradojas, absurdos terribles que se inventa día a día para engañar o expiar las culpas de su sentido de omnipotencia… y esto es una lástima que lastima profundamente, que echa raíces en lo más profundo de nuestras inseguridades.

No tendremos jamás una sociedad justa en cuanto tengamos necesidad de inventar días para los “otros”, si hemos de crear leyes que los protejan de nuestros abusos.

¡Qué lástima que habiendo tantos caminos por andar, hemos de conformarnos con el transito por una medianía que nos impide ver la grandeza de aquellos “otros”!, grandeza de tal calibre que no nos empequeñece, sino que nos fortalece…

ymahr@yahoo.com