La ilusión viaja en carpas
Raúl Humberto Muñoz
Aragón
La bipolaridad está de moda, como
si el ser humano pudiera limitarse a dos facetas; como si la complejidad y la
magia de hombres y mujeres se limitara a un par de condiciones, resultado de los
afanes de simplificar el espíritu humano, como si esto fuera posible… ¿o sí?
…sí, la magia del ser humano
tiene un espacio; un sitio en que se conjugan sueños, ilusiones, anhelos,
angustias, sorpresas, emociones; creado a lo largo de su historia, casi tan
antiguo como la escritura, tan remoto como el inicio “oficial” de la Historia
de la Humanidad, tan generalizado que se encuentra en todas las culturas. Y al
igual que los hombres, con tantas caras, múltiples aristas, incontables sueños
y mucha polémica; el circo, ese espacio que bajo una carpa, con pistas y
galerías conjuga el espíritu humano, presentándolo en todo su esplendor.
Artistas de todos los tiempos, de
toda disciplina imaginada e imaginable, han presentado pericias, malabares y
artes, ilusiones que han alimentado la imaginación de los niños de siempre.
En ellos aún se conserva ese afán
del hombre de caminar por el mundo, como una sola patria, ahí artistas de todas
partes presentan su hacer, sus ilusiones, convertidos en una gran familia, construyendo
el sueño de todo niño, vivir en un circo… o al menos eso fue hasta antes de que
la Internet nos robara el tiempo y la sorpresa.
En un círculo se lleva a cabo el
espectáculo de la vida, ahí, hombres y animales van por las plazas y calles del
mundo, representando una importante “parte de la cultura humana, una noble
empresa construida a lo largo de muchos siglos, prácticamente desde que el
hombre empezó su cultura”. (Eduardo Murillo).
La otra cara… los derechos
humanos y de los animales se han tornado en uno de los principales detractores
de los circos, los primeros abogando por la no discriminación a la que fueron
sujetos hombres y mujeres con deformaciones que los hicieron protagonistas de
ferias y circos, de los llamados freak show, fenómenos alimentados por el miedo
y el morbo. Por otro las agresiones, torturas y vida antinatura a que son
sujetos los animales que noche a noche dejan jirones de vida en un espectáculo
terrible según, sus defensores.
Hoy los grandes circos son cada
vez más escasos, hábitat de trashumantes que insisten en conquistar los
espacios en la mente y corazón de una sociedad en que poco a poco los convierte
en parias, en seres con un destino turbio, inestable, vagabundos y trotamundos
que no deciden subirse al tren de la postmodernidad del presente siglo. Acudir
a un circo es cada vez más extraño, los grandes públicos que antaño los
llenaron se han ido ya hace mucho tiempo, ese gran auditorio ahora transita
embobado por los grandes centros comerciales, anhelando aquello que no
necesitan y a veces no pueden tener, pero que igual los atrae, llenando de
desdicha su espíritu por su carencia; caminando como zombis de la
“postmodernidad” buscando en aparadores retazos de su carcomido espíritu, un gran
público que no tiene tiempo para sí, para reír.
Desde que la vida se ha tornado
políticamente correcta, circos y otros espectáculos han pasado a formar parte
de aquello que incomoda, que ha de ser relegado, oculto, censurado. En este
momento histórico en que la humanidad ha alcanzado cotas nunca antes logradas,
en que la “libertad” es escudo y bandera de la sociedad, esta se encuentra
profundamente acotada, coartada y atemorizada; el circo, los toros, fumar, los
juguetes bélicos y un interminable etcétera forman parte de lo citado.
Pero aun así, visitar un circo es
un viaje a través de la vida, una metáfora que se torna realidad explícita al
transitar de acto en acto, de malabaristas a equilibristas, de payasos,
trapecistas, domadores, bailarinas, magos, animales, música, todo ello al
compás de un maestro de ceremonia que se torna en el gran hilador que construye
y borda la tela al unísono con las sorpresas de un público ávido de ver a sus
héroes y villanos realizar las proezas más disímbolas y espectaculares, donde gigantescos
elefantes, elegantes jirafas, lentos y majestuosos hipopótamos, sorprendentes
cebras, agiles caballos, exóticos dromedarios y camellos, junto a perros y
simios, alegría y tristeza, vestidos todos con espectacularidad, con algunos
remiendos también y muchos retazos de ilusiones.
Los circos están en peligros de
extinción en un mundo sin espacio para la sorpresa, con una capacidad nula de
asombro y se tornan en un espacio de abuso y maltrato de animales… tanto
abogamos por nuestros derechos que sería preciso y urgente abogar por el
derecho a sonreír, a vivir la ilusión que en un par de horas nos presentan esas
naves de tiempo y espacio que son los circos. Si, el espíritu humano es tan
complejo que cabe perfectamente bajo una carpa y se desarrolla entre gradas y
pistas.
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