GRACIAS A DIOS POR LA FELICIDAD
Raúl Humberto Muñoz Aragón
Siempre he dicho a mis alumnos que al leer o escribir en realidad estamos desvelando la esencia de lo que somos, independientemente de aquello que escribamos o leamos, siempre en lo más profundo de este acto está el descubrimiento de lo que somos. Es imposible que sea de otra manera; somos en realidad la continuación de miles de millones de hombres y mujeres que nos construyeron genética y culturalmente, en una evolución continua de conocimiento, esto aunado a que somos la suma única, individual, personal de todas las imágenes, los instantes y los momentos por los cuales hemos transitado, hacen de la lectura y la escritura el encuentro más íntimo de nuestra mismidad, de ése que somos.
Lo anterior escrito es razón y fundamento de lo que ahora cuento, y esto que contaré a su vez, origen de la reflexión siguiente (valga el galimatías gramatical)… Ocurre que, hace unos días, mi hija, que sólo tiene dos años, al final de un día particularmente feliz para ella, llena de emoción, estando en la cocina mi esposa y yo preparando la cena, de pronto, con todo el entusiasmo de una vida que se está descubriendo, que se construye día a día gritó con entusiasmo "Gracias a Dios por la felicidad". Seis palabras tan sencillas de nuestro vocabulario que encierran una magia que no deja de sorprenderme y con el deseo inmenso de decirlas también yo… preguntándome incluso si alguna vez las he pronunciado.
La felicidad es todo y es nada, es sueño, anhelo, deseo, temor incluso. Es la envoltura que nos recuerda el chocolate que disparó en nuestras papilas gustativas incontables sensaciones, sacando recuerdos que en nuestra infancia acumulamos. Es la sonrisa de un hijo, la sensación de concluir un gran esfuerzo, la ilusión de un regalo en Navidad, la solución al problema más complejo o más sencillo, es un poema de Sabines, una canción de José Alfredo, el abrazo de una madre, de un padre. Es nuestro reflejo en los ojos de la mujer amada, nuestro primer encuentro, es una sonrisa… es todo, es nada. Está sujeta a nuestra historia personal, tan subjetiva como nosotros mismos; esquiva a veces, a pesar de viajar siempre a nuestro lado desde el día de nacer, primera y última compañía.
Mi felicidad, como la de cualquiera, es producto de múltiples situaciones, circunstancias, acciones, una de ellas los libros. Nada más emocionante que conocer aquél que somos, desvelar los grandes y pequeños misterios de nuestra vida en pedazos de papel, en el eco de las palabras. Es en este azar en que vivimos, construido a partir del caos tan ordenado que nos rodea, que se da la segunda ocurrencia de esta reflexión. Un libro, extraordinario como todos los libros, "Cinco ecuaciones que cambiaron el mundo. El poder y la oculta belleza de las matemáticas" de Michael Guillén. Lectura apasionante, cálida, poética y extraordinariamente reflexiva, retrato fiel del espíritu humano. En sus líneas, nos presenta una de las grandes conclusiones de la ciencia, la plantea que nada es más extraño, exótico, extravagante y antinatura en el Universo que la vida, ya que para que ésta se diera fue necesario una infinidad de eventos que hubieron de ocurrir en un tiempo preciso, con una intensidad adecuada, una duración concreta, un sentido único y una sincronía exacta, tanto que cualquier variación haría imposible su surgimiento.
El conjunto de circunstancias, situaciones, eventos, fenómenos que ocurrieron a lo largo de al menos 10 mil millones de años y que repercutieron en el surgimiento de la vida son excepcionales, derivando en una probabilidad ínfima. La vida es un hecho casi seguramente imposible, pero que ocurrió y ocurre, a pesar de ser un evento finito -quizá único- de posibilidades frente a un espacio de posibles resultados infinito. Esto nos convierte en protagonistas de la odisea más extraordinaria jamás contada o imaginada siquiera, producto de una sinfonía compuesta por el azar -póngale el nombre que desee-.
¿Cómo es que a un grupo inerte de partículas le ha sido posible crear un sentimiento tan abstracto como la felicidad? ¿Cómo es que pueden pensar, imaginar, descubrir, construir, contemplarse, sentir y soñar? La mente humana -la máquina más compleja del Universo conocida por el hombre- ésa que hace que nos planteemos preguntas producto de seis palabras dichas por una niña. Interrogantes que nos dan sentido, que nos posicionan y nos ubican en este concierto que es el Universo, del cual somos parte fundamental, su invento para contemplarse a sí mismo. Tripulantes de un viaje iniciado con una gran explosión que lo originó todo, incluso la felicidad, ésa que nos invade al presenciar la danza de colores que el crepúsculo nos da en este nuestro hogar. Vengan pues los momentos de felicidad, de tristeza, de soledad, de encuentro… y demos gracias por ellos.
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