Subiendo escaleras para abajo
Raúl Humberto Muñoz Aragón
La vida es simple, divertida y emocionante; sin duda, la mejor y más plena aventura, el origen de cualquier historia, plena en ayeres y mañanas en los que todo cabe, donde todo es posible. En ella, se encuentran continuamente los antípodas, las paralelas se cruzan una y otra vez construyendo un telar en que la realidad y la ficción se fusionan en intersubjetividades que nos definen. Y a pesar de lo rebuscado que podamos hacer de ella, siempre se encuentra a nuestro alcance el hacer de ella lo que nuestros sueños sueñen.
La vida es el motor que mueve en un continuo ideas enmascaradas de información, ésas que conforme pasa el omnisciente e inexistente tiempo hace de hombres y mujeres seres acartonados, seres -en la "realidad" que sus sentidos pueden atrapar- que olvidan un poco los ayeres que les enseñaron que nada era más importante que la felicidad, una cotidianidad ida en que lo único indispensable era leer, reír a carcajadas y soñar despierto.
Las decisiones que tomamos día a día con lo que de nosotros han hecho dibujan el sendero por el cual se alimenta el alma, en ellas se dibuja la personalidad que nos hace diferentes y en la que a su vez se definen la identidad que nos acerca a los otros. Así, con el paso del tiempo, se espera de nosotros el ser cada día más centrados, maduros, serios, comprometidos con hacer aquello propio y adecuado de un hombre de medio siglo. Un hombre que ha tenido en su haber un recorrido por el tiempo que le debió conducir a estadios donde todo debe ser serio… aunque a veces algo en la programación falla, eso que han metido en nuestra conceptualización individual se trastoca dando como resultado bichos raros.
Ocurre que hace unas pocas semanas se cambió a la señora de intendencia que tiene encomendado realizar la limpieza en mi oficina en la universidad. Ella es un espíritu simple, sencillo, es franca y quizá por esa franqueza pareciera un poco impertinente, además de directa y clara. Su encuentro con un servidor ha sido muy particular, esto por muchas de las manías que he ido acumulando en esta casi media centuria y que me han llevado a esos caminos fallos de la programación de aquello que "debieraser".
Una de las muchas manías que tengo en mi haber es la forma en que me siento. Siempre en una posición similar a la llamada de loto, con las piernas siempre arriba de la silla, doblada una sobre la otra. Eso entre otras cosas ha producido la inquietud, sorpresa y a veces uno que otro susto a las personas de limpieza de la UAL, pues al acudir a barrer o trapear se dan cuenta de que mis pies no están en el suelo, generando con ello muchas ideas en torno a cómo es que he llegado a sentarme en el sillón, sorpresa que se magnifica cuando de pronto mis pies bajan del sillón y me levanto para hacer alguna de las tareas que he de realizar en esto de ser un individuo productivo, así como la sociedad lo demanda.
Esta manía mía fue una de las primeras peculiaridades que se dieron entre el encuentro de la señora de intendencia y quien escribe. La otra se dio cuando por fin ve todo lo que hay en mi oficina que la hace por lo menos un poco singular. En ella, hay en un pizarrón de corcho ubicado a mi siniestra en la cual se encuentran una parte de mi colección de billetes, en él está un primer espacio para otro de mis afanes, la notafilia y la numismática, aunque esos billetes pudieran pensarse de un joven viejo que colecciona pedazos de papel que le recuerdan los años idos, en ellos alimenta un poco de nostalgia.
Las particularidades se incrementan a mi espalda y son razón de la forma en la que me definió la citada señora de limpieza. Tras mí, se encuentran un trío de repisas en las que hay entre otras cosas, una serie de libros de fotografía, comunicación, investigación, semiótica, semántica y lenguaje; entre ellos, una serie de cómics, específicamente la serie de Injustice de DC Comics, y uno de mis tesoros personales, una vieja historieta de Capulinita. Además de estos objetos, hay un grupo de "figuras de acción" -juguetes, diría la señora- entre ellas Goku, Link, Mario Bros, Darth Vader, un par de tazas, una de Tinieblas -el luchador- y otra de Batman.
Una fotografía de mi pequeña, un cubo de rubik con algunas variantes que suman unos cuatro o cinco más; un hombre de Vitrubio, unas tarjetas de Leonardo Da Vinci, varios Hot Wheels, entre los que se encuentra "El halcón milenario", el auto de los Supersónicos, de los Picapiedras, de los Simpson, el USS Enterprice NCC 1701, el Batimovil de los 60…
Como se supondrá, eso se convierte en un reto para el momento de quitar el polvo, porque he de decir que la señora, además de todo, tiene cierta obsesión por la limpieza, hecho que la orilló en algún momento a detenerse en su quehacer y quizá sin pensarlo, o tras pensarlo mucho, la verdad no lo sé. Solo de pronto me dijo: "usted todavía es de juguetes"… y he aquí un diagnóstico claro que a veces los caminos se tuercen un poco.
El Siglo de Torreón / Imágenes / 22 de mayo de 2016
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