CONFESIONES
Raúl Humberto Muñoz Aragón
Amo a México, sin lugar a dudas,
apasionadamente; a pesar de todo, de gobernantes y políticos ineptos, corruptos
y delincuentes; de empresarios voraces, sin sentido de solidaridad y
subsidiaridad, que sólo sueñan con tener y tener siempre más; de la violencia
que pareciera impregnar todos los rincones del país, que destruye hogares; de
una cultura del narcotráfico que se posiciona en el inconsciente colectivo
nacional generando nuevos arquetipos; de la obesidad y del bullying; de un
sistema educativo ocupado en preservar un statu quo más que en generar nuevos y
mejores ciudadanos; a pesar de todo. Me fascina su cultura, su gente, sus
calles, su sol, sus días, sus olores y sus sonidos. Me enorgullece ser
mexicano, sentirme sucesor de su historia, ésa que va en camino a definirnos,
construida día a día, tanto ayer como hoy.
Disfruto a plenitud los terregales
de mi querida Laguna, así como los chubascos en la Ciudad de México. Nada más
gratificante que una buena comida mexicana, tan llena de sabores, aromas y colores
que se convierten en un duelo en el que las papilas gustativas se deleitan con
cada esencia, llenándonos de recuerdos, de lugares, de familia, acompañada de
algún buen vino de Parras o de las Californias, o una cerveza de ésas que tan
bien se dan en nuestro país, o quizá un tequila, sotol, mezcal o tan siquiera
un pulque curado de piña.
Amo la intensidad de luz en La
Laguna donde el Sol se deleita bañándonos de un calor tan seco que se mete en
las venas, que alimenta a noas y cardenches; esta tierra nuestra que de tiempo
en tiempo nos nutre el cuerpo con la mágica "lluvia lagunera". El
clima impregna el alma de aquéllos que tenemos la dicha de vivir en sus
ciudades, haciendo de los laguneros gente franca, cálida y siempre dispuesta a
ofrecer un espacio a quienes allende las fronteras tienen a bien arribar aquí.
Disfruto la Ciudad de México, tan
llena de historia que a cada paso, al doblar cualquier esquina, te aborda. Me
seduce el dinamismo de su gente, el poder de las culturas que ahí se asentaron.
El sincretismo en sus calles es extraordinario, desde el conjunto de La Villa
de Guadalupe que año con año convoca a más visitantes que cualquier otro
espacio religioso en el mundo hasta el Zócalo o la Plaza de Garibaldi. Entre
marchas y ciudadanos combatientes, centro neurálgico en que se lucha
fervientemente por aquello que se cree. Ciudad de palacios, museos, librerías,
de una cultura que vibra al ritmo de la República. Me emociona andar en el
metro, me recuerda siempre las canciones de Chava Flores.
Guadalajara, es una ciudad que como
ninguna otra me ha hecho sentirme orgulloso de ser mexicano; en ella, se siente
la nobleza de nuestro pueblo inmersa en un orgullo y distinción que le dan la
historia vivida. Me encanta la alcurnia de Durango Capital o el dinamismo de
Monterrey, me divierte la "rivalidad" entre regios y laguneros.
Sueño con las playas mexicanas que
hacen del despertar un encuentro maravilloso gracias al ronroneo de las olas.
Los atardeceres y los amaneceres en México me trasladan a un mundo inmerso de
calidez, de colores, de sensaciones que sin duda me llevan a rememorar la
música mexicana, desde el huapango a los sones, del mariachi a la tambora,
hasta el lamento del canto cardenche y una larga lista de opciones que
engrandecen el abanico musical de un pueblo que canta a la vida y a la muerte,
que sueña y arrulla, que recibe y despide con música.
Me enorgullece el legado que los
primeros pueblos originales de nuestro país. El entrar en la sala de las
culturas del Norte de México en el Museo Nacional de Antropología y encontrar
la exposición de La cueva de la Candelaria que da testimonio y fe de las
culturas que nos precedieron en esta Laguna nuestra, tan llena de sol como
ninguna otra región del país. Recorrer la sala Maya y dar un breve vistazo al
esplendor de una sociedad que aún no conocemos del todo, empequeñecer ante la
grandeza de la Piedra del Sol, la que orgullosa preside la sala principal de
Tenochtitlan.
Subir cada uno de los trescientos
sesenta y cinco escalones de la Pirámide del Sol en Tehotihuacán, sentir el
corazón latir con tal brío que pareciera querer emular el "tam-tam"
de los tambores que en tiempos idos ya habrían de musicalizar las ceremonias
que ahí se realizaron alguna vez. Su grandeza es tal que no puedo asimilar en
toda su dimensión de los imperios que hicieron la grandeza de la Mesoamérica.
Sueño con caminar por la Riviera Maya, Paquimé, La Quemada y una larga lista de
lugares.
Amo a México, sus mares, sus
montañas, sus dunas y sus playas, sus calles, su historia, su arte, su cultura.
Amo sus sueños, su música, sus silencios; la lucha libre y su cultura popular.
Sus dulces, su comida; el pan dulce, el chocolate, el mole, los lonches, tacos
y gorditas… amarlo es mi orgullo.
(31/VII/2014) El Siglo de Torreón / Imágenes
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