HACER QUE VALGA LA PENA
Raúl Humberto Muñoz Aragón
Somos producto de las decisiones que tomamos, es inevitable, cada acción y omisión de nuestro hacer nos construye, van formando todos los elementos que conforman nuestra personalidad, la esencia de lo que somos es el resultado de ello. Estamos constante y continuamente tomando decisiones, es inevitable, pues la vida es una multiplicidad infinita de posibilidades y pone a nuestra disposición todos y cada uno de los caminos; así, al nacer, tenemos el potencial de convertirnos en lo que deseemos. Quizá esto sea cierto en prácticamente toda nuestra vida, pues aún en la infancia más temprana aprendemos a "negociar", a solicitar y elegir aquello que queremos, motivados o no por nuestros padres.Esta es una de las grandes paradojas de nuestra vida, pues aunque nunca dejamos de tomar decisiones, siempre tenemos miedo a tomarlas, a asumir el riesgo, a caminar hoy por un sendero nuevo y a veces, dejamos que sean otros los que "nos decidan" en una decisión arriesgada, pero que aún así nos valida, le da sentido a lo que nos ocurre y sobre todo, siempre será culpa de otro o de otros, en una lucha eterna por no hacernos cargo de nuestra vida.
No actuar se torna en una decisión a veces cómoda, pues dejamos que sea el azar, el derredor, los otros, quienes se hagan cargo, convirtiéndonos en marionetas que reaccionamos ante el oleaje del entorno, no actuar bajo este esquema es sin duda dejar que otros vivan por nosotros, ajenos a culpas (al menos ese es nuestro pensamiento), tornándonos en seres vividos por aquellos a quienes damos las riendas de nuestro destino, pero también hay otra forma de no actuar, una que requiere de todo el coraje y el compromiso por hacer que otros asuman sus compromisos dándoles la oportunidad de crecer, a veces, a pesar de ellos mismos; ésta es la labor suprema y más difícil de los padres, dejar hacer a los hijos, a veces, a pesar de los tropiezos y dolores que han de pasar, pero a fin de cuentas, necesarios.El peso de las decisiones tomadas ha de presentarse tras el paso de un tiempo más o menos prolongado y lo más seguro es que no tengamos la garantía de que se hizo lo correcto. Siempre he creído que por duras que sean las determinaciones tomadas, siempre debemos hacerlas con la mayor congruencia de que seamos capaces, esa difícil conjunción de pensar, decir y hacer siempre lo mismo, que de nada nos arrepentiremos más que de no haber hecho aquello que siempre quisimos hacer y no hicimos.
Nunca me han gustado las citas a ciegas, siempre he vivido… o más bien, siempre había vivido en mi caparazón, uno que en algún momento de mi vida decidí crear para mí, en él estaba todo aquello que siempre consideré que me era necesario. Más la vida siempre tiene un camino pensado y tras muchas insistencias de una amiga muy querida, un buen día de marzo, tuve mi primer y única cita a ciegas de mi vida, la decisión tomada por mí, y ahora lo sé, por ella también, fue producto por la insistencia y el tesón de aquella amiga en común que se empeñó en hacernos común a ambos la vida. Ese día de marzo, día de la mujer de un no muy remoto 2002, conocí al amor de mi vida, y sólo con verla lo supe, surgió en mi la certeza más grande y precisa de mi vida; no le sería fácil apartarse de mí, pues de alguna manera supe que todos los años previos de mi vida habían sido una preparación para encontrarla, y fusionar incontables coincidencias de nuestro caminos personales. La amé y la amo siempre más… esto por decidirme a acudir a una cita a ciegas, aún recuerdo cómo iba vestida, cómo destacaba en un restaurante repleto de gente, el cómo inmediatamente iniciamos una charla que aún hoy continua, maravillados ambos de la vida y de las cosas simples que en ella hay; aún recuerdo de las enormes ganas que tenía de brincar y bailar al despedirnos he ir rumbo a casa, aún recuerdo que no hubo necesidad de intercambiar teléfonos o domicilios, pues ya nos habíamos entregado el corazón… bendita decisión.
A veces, las palabras que deseamos escuchar no llegan, lo que habría de preguntarse es si fuimos nosotros quienes decidimos no escucharlas, quizá esa pregunta que dejamos en nuestro interior era el detonante de un vivir juntos, un saber más, un sí… a veces sólo es necesario una palmada en el hombro.
Nada es más fácil que ser feliz, es sólo cuestión de decidirlo y actuar en consecuencia. Es tan fácil como jugar con el viejo cubo de rubik, ver las series de televisión que nos acompañaron en la infancia, comer un chocolate, ver la magia de un atardecer o dejar que la lluvia nos empape sin preocuparnos por gripes posibles.
Siempre decidimos, cada día, en cada momento; hagamos que nuestras decisiones valgan la pena, que no se conviertan en una carga a pesar de que no salgan las cosas como las pensamos o planeamos, que no se nos quede un sueño por vivir.
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El Siglo de Torreón - Imágenes - jue 11 sep 2014 - https://www.elsiglodetorreon.com.mx/noticia/1036199.imagenes.html